25 ago 2008

Un año más de estrella

Y a pesar de que las estrellas son inmortales, sentimos que hoy hay una que cumple un año más. Y aunque esa estrella no pueda festejarlo aquí, con nosotros, vamos a mirar al cielo, y ella sonreirá. Nosotros también levantaremos una sonrisa algo tibia, porque deseamos que esa estrella esté con nosotros. Brindando juntos, por su nuevo año. Pero como nuestro caparazón es muy fuerte, esto no nos tirará a un pozo. Estaremos parados, mirándola, agradeciéndole y glorificándola. Porque sólo la gloria le cabe a ella. Gloriosa fue y gloriosa es. Y gloriosa brilla. Gracias por todo, estrella.

23 de agosto

Recuerdo (y no me es difícil hacerlo por lo que diré cuando cierre el paréntesis) que hoy pasé un momento bastante grato. Esos momentos que pueden ser calificados como “satisfactorios”. Y la casualidad no me lleva a decir esto, por el contrario, es satisfactorio por que no tuvo absolutamente nada de malo, es decir que de algún modo fue perfecto. Una perfección que sólo alcanzan pocos momentos. Pero en el momento que suceden (y que uno es consciente de que suceden en ciertas ocasiones) uno se siente demasiado armado, demasiado grande. Ve agradables ciertas cosas que en otro momento, es decir antes y después de ese momento “satisfactorio”, no las quisiéramos ni siquiera ver, ya que nos parecen apestosas. La simpleza de estar con gente buena (aunque no es tan simple) puede ser tan confortante. Tan relajante que nos olvidamos del pasado y del futuro, sólo cuenta el presente, ese momento “satisfactorio”.

21 ago 2008

Árboles sin nombre, casas desaparecidas y personas adultas

Cuando llegué a casa el 12 de abril miré para el árbol y me di cuenta de que allí ya no estaba mi casa. Mi casa del árbol. Entré gritando y le pregunté a mamá si sabía algo. Ella me dijo que hablara con papá. Fui al living, y allí estaba mi papá. Estaba leyendo el diario del día anterior. Le pregunté sobre mi casa del árbol, pero me dijo que no sabía “absolutamente” nada. Yo me quedé allí parado mirándolo fijo. Él, leía el diario que ya no contenía noticias, porque era del día anterior. Cada unos segundos miraba de reojo para ver si yo seguía allí parado. Estuve seis minutos.
Hasta que por fin confeso: “¿Por qué no lo hacen en la casa de un amigo tuyo?¿Por qué tiene que ser en “esta” casa?”.
Un dolor inmenso me cubrió todo el pecho y me fui llorando para mi cuarto. Tenía 11 años y aquello que me habían hecho era cruel y para mí, incomprensible. Fue uno de esos hechos que nunca se pueden llegar a olvidar.
Desde mi ventana no pude quitar la vista del árbol, y de lo incompleto que estaba (el nombre del árbol no se cual es, lo supe un tiempo, pero años después el deterioro de mi alma y mi cerebro hicieron que lo olvidara).
Esa casa, la del árbol que no recuerdo el nombre, era una especie de segunda casa, o un segundo cuarto. Lo único certero es que “era” porque ya me la habían destruido. Y nada menos que mi papá. Tampoco mi mamá escapaba de culpas, porque ella era la cómplice. Tan cobarde como el culpable.
La cena fue incómoda porque yo no hablaba con ninguna de las dos personas que estaban allí. Ellas dos, en cambio, hablaban de lo agradable que había sido su día, ignorando que me habían quitado una parte de mi infancia.
Algún sentimiento parecido a la culpa invadió a papá, y me dijo: “No te podés poner así, era sólo una casa, y aparte era fea y le daba mal aspecto a la casa”. Yo no le respondí.
Cuando me fui a dormir, la cómplice del terrible hecho, mi mamá, entró a mi cuarto a jurarme que ella no había tenido responsabilidad alguna en el asunto. Tampoco le respondí.
Entonces la noche fue muy triste porque cada cierto tiempo me acordaba de las palabras que papá me había dicho en la mesa. Aquella fue la primera vez que realmente sentí el sabor desagradable de la traición.
Sentía unas inmensas ganas de vengarme. Pero por más niño que era, creía que aquello era imitar la conducta de una persona tan intolerante e incomprensible como lo era el culpable de que mi casa no estuviera en ese árbol del cual no recuerdo el nombre. Y que aún está en ese árbol, aunque ya no sea mío.
Ya tengo más de 25 años, pero todavía no puedo borrar aquel recuerdo. El recuerdo del 12 de abril, cuando, y es algo que sobrepasa lo material, sentí lo crueles que pueden ser las perronas.

DIMINUTO ENSAYO ACERCA DE CUANDO LAS VACACIONES LES AGRADABAN A “LOS MUCHACHOS”

Este momento parecía tan lejano cuando “los muchachos” llegaban y empezábamos a honrar a la amistad. A festejar un reencuentro. Uno más. Pero, siempre, único.
Hoy saludar a la despedida suena extraño. Pero “los muchachos” saben lo que hacen. Y hacen lo que quieren.
“Los muchachos” marcharon. Pero dejaron acá un recuerdo demasiado nítido, que rondará la cabeza por largo tiempo. O quizá dure para siempre. Un recuerdo demasiado agradable para pertenecer a lo que se denomina “realidad”.
“Rock And Roll vacacional” sería una buena designación de lo acontecido, a pesar de que este momento se archivará en imágenes. Esas claras imágenes de la sonrisa. Esa sonrisa que desplegamos con un entusiasmo indescriptible. La sonrisa de ellos, de “los muchachos”.
- Hasta luego y buena suerte – dijimos, no sin sentirlo.
Sí señores, si “muchachos”. Cuando empecemos a acordarnos de estos momentos tan confortables que vivimos, será tarde, porque ya estaremos juntos otra vez. Para volver a honrar al tesoro más preciado que tiene el ser humano.

Amistad a distancia

17 de agosto de 2004
de: Mariano Ortíz
Para: Pablo Alegre

Querido Pablo:
Me decido a escribirte porque ya hace un tiempo que no lo hago. Espero que allá en Tucumán hallas conocido algo de buena gente. ¿Cómo marcha tu trabajo de investigación? Como sabés, no soy muy fino para lo académico, pero realmente espero que aquello, vaya bien. Por acá todo sigue igual. Lo que queda de los amigos que fueron en un tiempo es realmente escaso. Jorge también decidió emigrar, pero a Uruguay. Dice que allá estará mejor, aunque yo creo que la única razón por la cual se va, es por esa uruguaya manipuladora. En fin, es su vida. Matias se va a casar. Creo que el no iba a avisarte, así que decidí hacerlo yo mismo. Por mi parte te cuento que el viejo de la concesionaria está algo más gentil que antes. Igual, no confió en esa clase de gente.Esperando tu respuesta, te dejo un fuerte abrazo.Te quiere, Mariano.
P:D: ¿Cuando podrás mandarme la cámara?


29 de agosto de 2004
de: Pablo Alegre
Para: Mariano Ortíz

Querido Mariano:
Que agradable fue recibir una carta tuya, y más que haya sido una carta, es algo menos frío que un mail. Por acá todo está muy bien, la gente deja tratarse, y se prestan para el trabajo que deseamos realizar. Realmente es gente muy tolerante y respetan mucho la diversidad (aunque como vos aclarás, no sos muy fino para lo académico, pero estos términos estoy seguro que los comprenderás). La verdad es que estamos realmente contentos con el trabajo. Jorge y Matias estarán bien, lo sé. Que bueno que hayas entablado una relación más amistosa con el viejo, te hará bien para tu trabajo. Amigo, sin nada más que contar me despido, un abrazo.
P:D: La cámara la estoy usando, pero te la mando en breve.


7 de Setiembre de 2004
de: Mariano Ortíz
para: Pablo Alegre

Pablo:
Saber que estás vivo ya me deja cierta tranquilidad, la verdad es que tener una respuesta tuya tan pronto me deja bastante quieto. Acabo de renunciar en la concesionaria. Realmente el viejo es un hipócrita, y no tengo más ganas de verle la cara. Me alegra que tu trabajo vaya bien, creo que era lo esperable. Jorge ya se fue, hoy a la tarde, y Matias está preparando todo para la "gran fiesta". En cuanto a la cámara me gustaría tenerla en octubre, si puede ser.
Mucha Suerte


23 de Setiembre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortíz

Marian:
Me sorprendió realmente mucho la noticia de tu renuncia, pero bueno, si no querés soportar cierta hipocrecia, está bien lo que hiciste. Así que ya se marchó Jorge, quizá le escriba en estos días. Podrías pasarme su dirección. En cuanto a la cámara, me gustaría tenerla un tiempo más, cuando la desocupe te aviso. Mi trabajo sigue bien, aunque ya las ganas no son las mismas, este es un pueblo muy chico, y la gente creo que ya se harta de nosotros. Espero que esto mejore.
Hasta pronto.
Pablo


30 de Setiembre de 2004
de: Mariano Ortiz
para: Pablo Alegre

Pablo:
Mañana ya estaremos en Octubre, y creo que mi cámara no va a llegar. Realmente espero que lo haga pronto, y que vos cumplás con tu palabra de mandarla. La dirección de Jorge aún no la tengo, en cuanto la tenga te la mando. Por favor, apuráte con la cámara que la necesito urgente.
Mariano.


19 de octubre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortiz

Mariano:
Sabes que acá no sé si hay muchos lugares que manden encomiendas, además de que son caros. La verdad es que si querés entenderlo bien, y si no también. En cuanto la tengas manda la dirección de Jorge.
Pablo


25 de octubre de 2004
de: Mariano Ortiz
para: Pablo Alegre

Pablo Alegre:No esperaba tanta hipocresia y mentira en vos, ya que me dijiste que te llevabas la cámara por un tiempo, ese tiempo ya pasó y no veo la camara, no me gustaría calificarte como un rufián y menos tener que ir a Tucumán a buscar una cámara. No seas así y mandamela !YA!.
Mariano Ortiz


11 de noviembre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortiz

Sr. Mariano Ortiz:
Mirá loco, ya te lo dije, mandar la cámara sale un huevo y la mitad del otro, así que cuando vaya para Buenos Aires te la doy, y si querés venir a Tucumán a buscarla hacelo, yo no me muevo. Estoy cansado de tus caprichos, no entendés que la plata es para la investigación, ¿no?


16 de noviembre de 2004
de: Mariano Ortiz
para: Pablo Alegre

Sr. Pablo Alegre (si es que se te puede decir señor):
Sos un desgraciado y un embustero. Eso me pasa por confiar en gente en la que no tendría que haber confiado, sos un maldito de verdad. Te aseguro que voy a buscar la cámara tengo pasaje para el 20 de noviembre, esperáme ahí no seas tan cagón.


18 de noviembre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortiz

Reverendo Estúpido:
La verdad es que me apure a escribirte, para que no vengas a Tucumán sin una respuesta. Acá te voy a estar esperando pedazo de gil, espero verte y ver si podés conseguir la cámara. Sos un maldito materialista y un resentido, porque si yo no hubiese estado con tu hermana no me harías este quilombo.
Vení, acá te espero




Mariano llegó a Tucumán el 21 de noviembre de 2004. Allí lo esperaba Pablo, en la terminal. Estaba con la cámara de Mariano en la mano, y cuando se vieron, Pablo sólo le dió la cámara. No se saludaron, y no se vieron nunca más. Mariano supo de Pablo 20 años después cuando este se hiso famoso con el trabajo que había realizado en Tucumán. Mariano se enfureció, pero al instante pensó "Sin mi cámara no hubiese hecho nada".

12 ago 2008

Obseción Ocular

Cuando me di cuenta de mi terrible problema era demasiado tarde. Ya estaba enfermo. Y la enfermedad de la que hablo, era crónica. Soy consciente del momento en que todo comenzó. No es que haya sido un día puntual, porque, como todo, no sucede cuando recién retiramos la cabeza de la almohada.
Todo esto, digo mi problema, empezó en aquellos meses en los que trabajé en la Óptica "Amaral". Y parece ser decreto que todo aquel que tenga trabajo en una óptica deba llevar anteojos. Y esto es una norma que no contiene diferencias de sexo. Todos llevaban esos lentes. Todos. Los que entraban a consultar, los que iban para comprar con sus recetas, y los que trabajaban conmigo. Todos con esos anteojos provocadores que terminaron por volverme completamente enfermo. Y los que terminaron por llevarme a donde estoy ahora.
Aquella primera persona que en frente mío se paró y sentenció mi destino: Mariela. Una muchacha sencilla, sin grandes aspiraciones y con una vida, que según me relataba, era demasiado aburrida. Ella no impulsó nada, el culpable fui yo. Ella llevaba lentes. Hermosos y perfectos. Combinaban perfectamente con su cara. Eran de un marco delgado. Redonditos. Simplemente bellos.
Mariela nunca cedió ni un solo metro. Siempre me aseguraba que era una chica comprometida, y que no pensaba en nadie más que fuera Daniel, es decir su novio. El era un buen chico. Pero sinceramente, no era de mi agrado.
Recuerdo que por aquellos días me gustaba mucho Mariela. Era muy dulce, pero yo era respetuoso y decente, y no podía sobrepasarme con ella. Yo estaba convencido de que ella desperdiciaba su vida. Era una joven que deseaba trabajar para casarse, irse de luna de miel, volver, tener hijos, que ellos estudien, jubilarse y morir. Ella era inteligente, aunque claro, de algún modo no sabía usar su inteligencia.
Con el tiempo creo que fui enamorándome de ella. La veía demasiado linda, sincera y llevaba lentes. Sin embargo un día ella llegó a la óptica sin sus anteojos. Me dijo que se le habían roto. En ese preciso momento, en el que la vi sin sus anteojos, me pareció notar que estaba más fea. Era como que la falta de anteojos la había arruinado. Pensé en el consuelo que le dan a la persona que lleva vidrios delante de su cara: “Los lentes te quedan bien”. En ella se aplicaba de forma exagerada. Era hermosa con sus anteojos y muy fea sin ellos.
Esto no me asustó demasiado. Creía realmente que, aunque sea en una sola persona, se podía producirse aquel efecto.
Pero la cuestión se tornó aún más compleja. Una mañana estaba trabajando allí en la óptica. Y fue una cliente a buscar sus anteojos nuevos. Tenía sólo diecisiete años y se llamaba Josefina Morales. Recuerdo que entró. No era una linda muchacha realmente. Era petisa y no me llamaba la atención. Pero en un instante mi opinión cambió. Fue en el preciso momento en el que se colocó los anteojos. No sé porque, ni cómo, pero lo cierto es que con sus lentes, me parecía bellísima. Ella se fue obviamente. Yo no le dije nada. No podía hacerlo. Primero porque yo estaba trabajando y segundo porque yo tenía el doble de su edad.
Aquella ocasión me sentí algo confundido. ¿Cómo era posible que una muchacha que no me atraía sin lentes, haya causado terrible movimiento en mí, cuando se puso esos anteojos? Quizá era porque eran realmente muy lindos sus anteojos. Tenían un marco blanco y el cristal cuadrado. Me parecían realmente hermosos.
Estas dos situaciones traté de aislarlas. Habían sucedido porque dos mujeres eran más lindas con anteojos que sin ellos. Simplemente por eso.
Mariela seguía allí trabajando en la óptica conmigo, y sus lentes ya se habían arreglado. Y volvió a parecerme lo que me parecía antes: una muchacha perfecta. Yo nunca le insinué absolutamente nada. Y ella, delimitaba los territorios por donde yo podía moverme. Pero, algo tuvo que ocurrir.
Hubo una cena. Con todos los de la óptica. Yo vi a mucha gente que no conocía: Sofía, Raúl, Carlos y Mariana. Todos ellos trabajaban en otros turnos, por lo que no los había visto. Y todos ellos llevaban anteojos. Mariana tenía un delgadísimo marco y un vidrio redondo (se parecían mucho a los de Mariela) Era realmente hermosa. Sofía en cambio, llevaba lentes de contacto. No me atraía.
Luego de que la cena terminó le dije a Mariela si no quería que la acompañe a su casa. Cuando llegamos a su casa, ella me dijo que Daniel se había ido. Fue en ese momento que nuestra relación giro hacia la ruina. Fue algo realmente bello. Pasamos un lindo momento. Pero, sin embargo, aquella adorable ocasión marcó la ruptura de toda relación con ella.
Pidió que la cambien de turno. Nunca llegué a saber si era que le daba mucha vergüenza volver a verme o si yo la confundía. Lo cierto es que no volví a verla. Hasta luego de un tiempo. Como ella se cambió de turno, alguien tuvo que venir a trabajar conmigo. Esa persona fue Mariana. Ella, como dije, llevaba unos anteojos que se asemejaban bastante a los de Mariela. Pero Mariana, sin embargo, no se parecía en nada a Mariela. Era extrovertida, soltera…y llevaba lentes.
Con ella la pasábamos muy bien. No había ningún tipo de compromiso que nos uniera. Pero ella nunca llegó a comprender porque justos antes de tener sexo, yo le pedía por favor que se pusiera los anteojos. Realmente sin sus anteojos, algo no andaba bien.
Allí fue cuando realmente terminé de descubrir por completo mi problema. La gente era linda cuando llevaba lentes. Las chicas no llegaban a gustarme sin anteojos. No me producían nada sin esos cristales sostenidos por el marco en frente de su rostro.
Cuando me di cuenta no supe a quien acudir. Era vergonzoso contar mi problema, además de que yo no creía que fuera muy común. Mariana terminó por hartarse de mí.
- Estás enfermo, te tenés que hacer ver estúpido.
Sí, tenía razón sin duda. Creo que estaba a tiempo de salvarme. Quizá sí. O no. Quizá ya estaba sentenciado, y llevarme como aclaré, a donde estoy ahora.
El jefe me anticipó la noticia.
- ¿Vos te peleaste con Mariela? No quería venir a trabajar con vos.
- ¿Pero, vuelve o no? – contesté de forma grotesca.
- Sí, pero de verdad que no quería – me repitió.
- No sé porque… – eso dije, pero pensé “Gracias Dios”.
- Bueno. La convencí porque Mariana me dijo que si no la cambiaba, renunciaba. ¿Qué carajo estás haciendo?
Sabía que mi relación con Mariana no podía terminar mejor. La irrite simplemente.
El día que volví a ver a Mariela fue, en pocas palabras, como renacer. Volver a vivir. Sinceramente. Pero ella no me omitía palabra. No me contestaba el saludo. Ni siquiera eso. Optó por ignorarme. Estaba incómoda conmigo. Y estaba hermosa, como nunca.
Fue a la tercera semana de que volvimos a trabajar. Decidí hacerlo. Me estaba por volver loco de verla, y no poder hablarle. No me tomaba en cuenta. Para ella era un palo. Así de simple.
Un sábado robé dos cajas, llenas de anteojos. Fui hasta la casa de Mariela. Y entré a su casa. Sin que ella me viera. La rapté. En su casa. Pero fue un rapto. Ella ya no tenía a su novio, se había peleado con Daniel. Por eso volví a pensar si ella no quería ni siquiera hablar porque era vergonzosa, o porque yo le producía confusión. No lo voy a saber nunca tampoco.
El domingo no trabajábamos. El lunes no fuimos. Y fue aquel maldito 13 de Marzo, en el que el jefe decidió llamar a la policía. Un martes 13. Sí, las energías existen.
Así nos encontraron. Un raptor, y una raptada. El juicio se dio así, y con malos resultados para mí, obviamente. Esto se vuelve aún peor, ya que mi jefe tiene mucho dinero, y le dolió mucho que yo le haya robado dos cajas de anteojos. Lo de Mariela no se si le habrá interesado.
Mariela relataba llorando lo que yo le obligaba a hacer. Ponerse par por par, todos los anteojos de la caja. Y cuando terminaba, volvía a empezar. No le toqué un solo pelo en los días que le cortaba toda su libertad. Fueron daños psicológicos, me explicó el abogado que me puso el Estado.
Su explicación, no me sirvió, ni me sirve. A mí hoy, me han cortado esa libertad, que yo le saqué a Mariela por tres días. La jueza se reía cuando escuchaba el testimonio de Mariela. Cuando ella contaba lo que yo quería que haga. La jueza se llamaba Karina Alegre. Me pareció irrespetuoso reírse de Mariela. Pero cuando fue a leer el veredicto, se puso unos anteojos tan perfectos, que ignoré su falta de respeto.