21 ago 2008

Árboles sin nombre, casas desaparecidas y personas adultas

Cuando llegué a casa el 12 de abril miré para el árbol y me di cuenta de que allí ya no estaba mi casa. Mi casa del árbol. Entré gritando y le pregunté a mamá si sabía algo. Ella me dijo que hablara con papá. Fui al living, y allí estaba mi papá. Estaba leyendo el diario del día anterior. Le pregunté sobre mi casa del árbol, pero me dijo que no sabía “absolutamente” nada. Yo me quedé allí parado mirándolo fijo. Él, leía el diario que ya no contenía noticias, porque era del día anterior. Cada unos segundos miraba de reojo para ver si yo seguía allí parado. Estuve seis minutos.
Hasta que por fin confeso: “¿Por qué no lo hacen en la casa de un amigo tuyo?¿Por qué tiene que ser en “esta” casa?”.
Un dolor inmenso me cubrió todo el pecho y me fui llorando para mi cuarto. Tenía 11 años y aquello que me habían hecho era cruel y para mí, incomprensible. Fue uno de esos hechos que nunca se pueden llegar a olvidar.
Desde mi ventana no pude quitar la vista del árbol, y de lo incompleto que estaba (el nombre del árbol no se cual es, lo supe un tiempo, pero años después el deterioro de mi alma y mi cerebro hicieron que lo olvidara).
Esa casa, la del árbol que no recuerdo el nombre, era una especie de segunda casa, o un segundo cuarto. Lo único certero es que “era” porque ya me la habían destruido. Y nada menos que mi papá. Tampoco mi mamá escapaba de culpas, porque ella era la cómplice. Tan cobarde como el culpable.
La cena fue incómoda porque yo no hablaba con ninguna de las dos personas que estaban allí. Ellas dos, en cambio, hablaban de lo agradable que había sido su día, ignorando que me habían quitado una parte de mi infancia.
Algún sentimiento parecido a la culpa invadió a papá, y me dijo: “No te podés poner así, era sólo una casa, y aparte era fea y le daba mal aspecto a la casa”. Yo no le respondí.
Cuando me fui a dormir, la cómplice del terrible hecho, mi mamá, entró a mi cuarto a jurarme que ella no había tenido responsabilidad alguna en el asunto. Tampoco le respondí.
Entonces la noche fue muy triste porque cada cierto tiempo me acordaba de las palabras que papá me había dicho en la mesa. Aquella fue la primera vez que realmente sentí el sabor desagradable de la traición.
Sentía unas inmensas ganas de vengarme. Pero por más niño que era, creía que aquello era imitar la conducta de una persona tan intolerante e incomprensible como lo era el culpable de que mi casa no estuviera en ese árbol del cual no recuerdo el nombre. Y que aún está en ese árbol, aunque ya no sea mío.
Ya tengo más de 25 años, pero todavía no puedo borrar aquel recuerdo. El recuerdo del 12 de abril, cuando, y es algo que sobrepasa lo material, sentí lo crueles que pueden ser las perronas.

2 comentarios:

ElChapa dijo...

Martincho: Te sigo leyendo como siempre...Muy bueno todo! Lo único, que después de no haber posteado tan seguido en un tiempo, 3 posts de esos juntos es como mucho...

Sólo una pequeña recomendación!
Saludos

Anónimo dijo...

Muerte
a
todos
los
padres.