23 nov 2008

La chica del gas

Siempre le hablaba. Pero ella sólo contestaba lo
necesario para no parecer antipática. Le preguntaba y le
preguntaba. “Sí”, “no”, respondía. Mariana era la chica más bella
de las chicas del mundo. Siempre la veía allí, cuando iba a pagar
el gas, los 15 de cada mes. Ella sólo me decía lo que tenía que
pagar. Nada más. Supe su nombre por que el cartel que colgaba
de su pecho izquierdo me lo indicaba. Mariana no estaba con
nadie. Mariana no hablaba con nadie.
El 15 de Agosto pagué una cuenta más de gas, y vi, una vez más,
a Mariana. Su rostro no era el mismo. Aquella mañana ella fue la
que empezó a hablarme. Salí tan contento que hubiese deseado
pagar las cuentas de gas de todo el mundo. Pero tenía que esperar
dos meses, por una nueva cuenta.
Allí estaba, el 15 de Octubre. Y volvimos a hablar. Y me empezó
a contar. “Mi vida es un fiasco” me dijo casi lagrimeando. Me
decía que estaba sola y deprimida. Yo sentía tantas ganas de
abrazarla, que no me importaba romper el grueso vidrio que nos
separaba.
En nuestros sucesivos encuentros me reiteraba la depresión que la
acongojaba. Pero yo no sentía su amigo, sólo era uno de tantos
que iba a pagar el gas.
El 15 de Abril fui de vuelta a pagar el gas, y a ver a Mariana. Pero estaba todo cerrado y un grupo de empleados que lloraban cerca de la puerta. No vi a Mariana. Me acerque a una señora y le pregunté que sucedía. “La chica esta Mariana, tan joven, que tristeza”. Ese día llovía mucho y yo sentía cada gota de lluvia como una palabra de Mariana, que me decía lo deprimida que
estaba.

27 sept 2008

Sumule

La reunión estaba pautada para las seis. La gente parecía llegar tarde y Lucio Parada, el dueño de casa, ya estaba impaciente.
El primero en llegar fue el abogado Carlos Parada, primo de el ya nombrado, Lucio. Sergio Sandoval, el reconocido literato llegó cerca de las seis y cuarto. El último en hacerlo fue Darío Burckman, un personaje muy particular, y el único de los invitados que llegó realmente tarde.
Se sentaron en la mesa, o mejor dicho en las sillas. La mesa ya estaba perfectamente dispuesta. Una tetera antigua, cuatro tasas (con sus respectivos platos debajo), una azucarera y una panera que contenía una variedad de galletas caseras.
Luego de pedirles que se sienten, Lucio se dirigió a sus invitados de la siguiente manera:
- Por favor, hablemos de algo.
Los tres invitados se quedaron callados, hasta que al fin Carlos Parada (sintió algo de obligación ya que era el invitado más conocido por Lucio) dijo:
- ¿Es cierto Sergio que su nuevo libro llevará el nombre de su primer hijo?
- Claro - respondió el escritor, al tiempo que bebía su primer sorvo de té.
- Lo que demuestra que usted es una persona dedicada a sus hijos - exclamó sin conocimiento de causa, Lucio Parada.
- Evidentemente - agregó Darío Burckman, que pidió a Lucio que le alcanze la panera.
Luego de esta charla, siguieron conversaciones banales acerca de la profesión de cada uno de los invitados. Como nadie sabía a que dedicaba su vida Darío Burckman, Lucio Parada tomó valor y se lo preguntó.
- Sabía que llegaría este momento y espero que no se sientan de algún modo, ofendidos. Yo trafico africanos.
Los tres se quedaron completamente inmóviles. Sin decir palabra alguna.
- Claro, fijensé bien la diferencia; Lucio Parada es ingeniero en petróleo si no me equivoco, es decir, que su trabajo consiste en estudiar la forma de que los países tercermundistas se empobrezcan más de lo que hoy lo están; Carlos Parada es abogado, y con decir eso ya basta, por algo tienen tan variados apodos; por el lado de Sergio Sandoval es escritor. Nosotros creemos que es bueno, pero no, saben que no. Este señor es el punto máximo de la prostitución intelectual, pero yo no lo critíco, es su trabajo; por eso pediré que no critiquen el mío.
Luego de un silencio de varios segundos Lucio tomó la palabra:
- No por favor señor Burckman. No vinímos aquí para criticarnos, solamente a pasar un momento agradable. Además, yo no estoy en desacuerdo con el tráfico de personas, de hecho, tengo un somalí aquí en casa.
Todos esperaron para reírse. Cuando el mismo Darío Burckman lo hiso, todos lo acompañaron. Luego todos empezaron a hacer chistes sobre la extraña profesión del señor Burckman, chistes que, el traficante festejaba.
Cuando terminaron su té, el señor Sandoval se paró para juntar las tasas. Pero fue interrumpido por Lucio Parada que le aseguró que un enano somalí vendría a retirarlas.
- Además me encanta la sobremesa - dijo Lucio Parada.
Todos reíron mucho con este chiste. Y a partir de allí el tiempo pasó junto con chistes que se referían al supuesto enano somalí que tenía el señor Parada.
Pasados quince minutos Lucio Parada retiró de su saco una diminuta campanita que hiso sonar dos veces. Darío Burckman rió a carcajadas y dijo, entre risas:
- Tiene usted señor Parada un excelente sentido del humor es realmente brillante.
Pero Lucio no rió. Al contrario frunció su entrecejo, hiso sonar su campanita dos veces más.
- Siempre tarda este Sumule.
La puerta que daba a la cocina se abrió. Un enano salió de allí y en un castellano defectuoso pidió disculpas por la tardanza. Todos se quedaron atónitos. Más aún, Darío Burckman, que reconoció a aquel somalí.

25 ago 2008

Un año más de estrella

Y a pesar de que las estrellas son inmortales, sentimos que hoy hay una que cumple un año más. Y aunque esa estrella no pueda festejarlo aquí, con nosotros, vamos a mirar al cielo, y ella sonreirá. Nosotros también levantaremos una sonrisa algo tibia, porque deseamos que esa estrella esté con nosotros. Brindando juntos, por su nuevo año. Pero como nuestro caparazón es muy fuerte, esto no nos tirará a un pozo. Estaremos parados, mirándola, agradeciéndole y glorificándola. Porque sólo la gloria le cabe a ella. Gloriosa fue y gloriosa es. Y gloriosa brilla. Gracias por todo, estrella.

23 de agosto

Recuerdo (y no me es difícil hacerlo por lo que diré cuando cierre el paréntesis) que hoy pasé un momento bastante grato. Esos momentos que pueden ser calificados como “satisfactorios”. Y la casualidad no me lleva a decir esto, por el contrario, es satisfactorio por que no tuvo absolutamente nada de malo, es decir que de algún modo fue perfecto. Una perfección que sólo alcanzan pocos momentos. Pero en el momento que suceden (y que uno es consciente de que suceden en ciertas ocasiones) uno se siente demasiado armado, demasiado grande. Ve agradables ciertas cosas que en otro momento, es decir antes y después de ese momento “satisfactorio”, no las quisiéramos ni siquiera ver, ya que nos parecen apestosas. La simpleza de estar con gente buena (aunque no es tan simple) puede ser tan confortante. Tan relajante que nos olvidamos del pasado y del futuro, sólo cuenta el presente, ese momento “satisfactorio”.

21 ago 2008

Árboles sin nombre, casas desaparecidas y personas adultas

Cuando llegué a casa el 12 de abril miré para el árbol y me di cuenta de que allí ya no estaba mi casa. Mi casa del árbol. Entré gritando y le pregunté a mamá si sabía algo. Ella me dijo que hablara con papá. Fui al living, y allí estaba mi papá. Estaba leyendo el diario del día anterior. Le pregunté sobre mi casa del árbol, pero me dijo que no sabía “absolutamente” nada. Yo me quedé allí parado mirándolo fijo. Él, leía el diario que ya no contenía noticias, porque era del día anterior. Cada unos segundos miraba de reojo para ver si yo seguía allí parado. Estuve seis minutos.
Hasta que por fin confeso: “¿Por qué no lo hacen en la casa de un amigo tuyo?¿Por qué tiene que ser en “esta” casa?”.
Un dolor inmenso me cubrió todo el pecho y me fui llorando para mi cuarto. Tenía 11 años y aquello que me habían hecho era cruel y para mí, incomprensible. Fue uno de esos hechos que nunca se pueden llegar a olvidar.
Desde mi ventana no pude quitar la vista del árbol, y de lo incompleto que estaba (el nombre del árbol no se cual es, lo supe un tiempo, pero años después el deterioro de mi alma y mi cerebro hicieron que lo olvidara).
Esa casa, la del árbol que no recuerdo el nombre, era una especie de segunda casa, o un segundo cuarto. Lo único certero es que “era” porque ya me la habían destruido. Y nada menos que mi papá. Tampoco mi mamá escapaba de culpas, porque ella era la cómplice. Tan cobarde como el culpable.
La cena fue incómoda porque yo no hablaba con ninguna de las dos personas que estaban allí. Ellas dos, en cambio, hablaban de lo agradable que había sido su día, ignorando que me habían quitado una parte de mi infancia.
Algún sentimiento parecido a la culpa invadió a papá, y me dijo: “No te podés poner así, era sólo una casa, y aparte era fea y le daba mal aspecto a la casa”. Yo no le respondí.
Cuando me fui a dormir, la cómplice del terrible hecho, mi mamá, entró a mi cuarto a jurarme que ella no había tenido responsabilidad alguna en el asunto. Tampoco le respondí.
Entonces la noche fue muy triste porque cada cierto tiempo me acordaba de las palabras que papá me había dicho en la mesa. Aquella fue la primera vez que realmente sentí el sabor desagradable de la traición.
Sentía unas inmensas ganas de vengarme. Pero por más niño que era, creía que aquello era imitar la conducta de una persona tan intolerante e incomprensible como lo era el culpable de que mi casa no estuviera en ese árbol del cual no recuerdo el nombre. Y que aún está en ese árbol, aunque ya no sea mío.
Ya tengo más de 25 años, pero todavía no puedo borrar aquel recuerdo. El recuerdo del 12 de abril, cuando, y es algo que sobrepasa lo material, sentí lo crueles que pueden ser las perronas.

DIMINUTO ENSAYO ACERCA DE CUANDO LAS VACACIONES LES AGRADABAN A “LOS MUCHACHOS”

Este momento parecía tan lejano cuando “los muchachos” llegaban y empezábamos a honrar a la amistad. A festejar un reencuentro. Uno más. Pero, siempre, único.
Hoy saludar a la despedida suena extraño. Pero “los muchachos” saben lo que hacen. Y hacen lo que quieren.
“Los muchachos” marcharon. Pero dejaron acá un recuerdo demasiado nítido, que rondará la cabeza por largo tiempo. O quizá dure para siempre. Un recuerdo demasiado agradable para pertenecer a lo que se denomina “realidad”.
“Rock And Roll vacacional” sería una buena designación de lo acontecido, a pesar de que este momento se archivará en imágenes. Esas claras imágenes de la sonrisa. Esa sonrisa que desplegamos con un entusiasmo indescriptible. La sonrisa de ellos, de “los muchachos”.
- Hasta luego y buena suerte – dijimos, no sin sentirlo.
Sí señores, si “muchachos”. Cuando empecemos a acordarnos de estos momentos tan confortables que vivimos, será tarde, porque ya estaremos juntos otra vez. Para volver a honrar al tesoro más preciado que tiene el ser humano.

Amistad a distancia

17 de agosto de 2004
de: Mariano Ortíz
Para: Pablo Alegre

Querido Pablo:
Me decido a escribirte porque ya hace un tiempo que no lo hago. Espero que allá en Tucumán hallas conocido algo de buena gente. ¿Cómo marcha tu trabajo de investigación? Como sabés, no soy muy fino para lo académico, pero realmente espero que aquello, vaya bien. Por acá todo sigue igual. Lo que queda de los amigos que fueron en un tiempo es realmente escaso. Jorge también decidió emigrar, pero a Uruguay. Dice que allá estará mejor, aunque yo creo que la única razón por la cual se va, es por esa uruguaya manipuladora. En fin, es su vida. Matias se va a casar. Creo que el no iba a avisarte, así que decidí hacerlo yo mismo. Por mi parte te cuento que el viejo de la concesionaria está algo más gentil que antes. Igual, no confió en esa clase de gente.Esperando tu respuesta, te dejo un fuerte abrazo.Te quiere, Mariano.
P:D: ¿Cuando podrás mandarme la cámara?


29 de agosto de 2004
de: Pablo Alegre
Para: Mariano Ortíz

Querido Mariano:
Que agradable fue recibir una carta tuya, y más que haya sido una carta, es algo menos frío que un mail. Por acá todo está muy bien, la gente deja tratarse, y se prestan para el trabajo que deseamos realizar. Realmente es gente muy tolerante y respetan mucho la diversidad (aunque como vos aclarás, no sos muy fino para lo académico, pero estos términos estoy seguro que los comprenderás). La verdad es que estamos realmente contentos con el trabajo. Jorge y Matias estarán bien, lo sé. Que bueno que hayas entablado una relación más amistosa con el viejo, te hará bien para tu trabajo. Amigo, sin nada más que contar me despido, un abrazo.
P:D: La cámara la estoy usando, pero te la mando en breve.


7 de Setiembre de 2004
de: Mariano Ortíz
para: Pablo Alegre

Pablo:
Saber que estás vivo ya me deja cierta tranquilidad, la verdad es que tener una respuesta tuya tan pronto me deja bastante quieto. Acabo de renunciar en la concesionaria. Realmente el viejo es un hipócrita, y no tengo más ganas de verle la cara. Me alegra que tu trabajo vaya bien, creo que era lo esperable. Jorge ya se fue, hoy a la tarde, y Matias está preparando todo para la "gran fiesta". En cuanto a la cámara me gustaría tenerla en octubre, si puede ser.
Mucha Suerte


23 de Setiembre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortíz

Marian:
Me sorprendió realmente mucho la noticia de tu renuncia, pero bueno, si no querés soportar cierta hipocrecia, está bien lo que hiciste. Así que ya se marchó Jorge, quizá le escriba en estos días. Podrías pasarme su dirección. En cuanto a la cámara, me gustaría tenerla un tiempo más, cuando la desocupe te aviso. Mi trabajo sigue bien, aunque ya las ganas no son las mismas, este es un pueblo muy chico, y la gente creo que ya se harta de nosotros. Espero que esto mejore.
Hasta pronto.
Pablo


30 de Setiembre de 2004
de: Mariano Ortiz
para: Pablo Alegre

Pablo:
Mañana ya estaremos en Octubre, y creo que mi cámara no va a llegar. Realmente espero que lo haga pronto, y que vos cumplás con tu palabra de mandarla. La dirección de Jorge aún no la tengo, en cuanto la tenga te la mando. Por favor, apuráte con la cámara que la necesito urgente.
Mariano.


19 de octubre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortiz

Mariano:
Sabes que acá no sé si hay muchos lugares que manden encomiendas, además de que son caros. La verdad es que si querés entenderlo bien, y si no también. En cuanto la tengas manda la dirección de Jorge.
Pablo


25 de octubre de 2004
de: Mariano Ortiz
para: Pablo Alegre

Pablo Alegre:No esperaba tanta hipocresia y mentira en vos, ya que me dijiste que te llevabas la cámara por un tiempo, ese tiempo ya pasó y no veo la camara, no me gustaría calificarte como un rufián y menos tener que ir a Tucumán a buscar una cámara. No seas así y mandamela !YA!.
Mariano Ortiz


11 de noviembre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortiz

Sr. Mariano Ortiz:
Mirá loco, ya te lo dije, mandar la cámara sale un huevo y la mitad del otro, así que cuando vaya para Buenos Aires te la doy, y si querés venir a Tucumán a buscarla hacelo, yo no me muevo. Estoy cansado de tus caprichos, no entendés que la plata es para la investigación, ¿no?


16 de noviembre de 2004
de: Mariano Ortiz
para: Pablo Alegre

Sr. Pablo Alegre (si es que se te puede decir señor):
Sos un desgraciado y un embustero. Eso me pasa por confiar en gente en la que no tendría que haber confiado, sos un maldito de verdad. Te aseguro que voy a buscar la cámara tengo pasaje para el 20 de noviembre, esperáme ahí no seas tan cagón.


18 de noviembre de 2004
de: Pablo Alegre
para: Mariano Ortiz

Reverendo Estúpido:
La verdad es que me apure a escribirte, para que no vengas a Tucumán sin una respuesta. Acá te voy a estar esperando pedazo de gil, espero verte y ver si podés conseguir la cámara. Sos un maldito materialista y un resentido, porque si yo no hubiese estado con tu hermana no me harías este quilombo.
Vení, acá te espero




Mariano llegó a Tucumán el 21 de noviembre de 2004. Allí lo esperaba Pablo, en la terminal. Estaba con la cámara de Mariano en la mano, y cuando se vieron, Pablo sólo le dió la cámara. No se saludaron, y no se vieron nunca más. Mariano supo de Pablo 20 años después cuando este se hiso famoso con el trabajo que había realizado en Tucumán. Mariano se enfureció, pero al instante pensó "Sin mi cámara no hubiese hecho nada".

12 ago 2008

Obseción Ocular

Cuando me di cuenta de mi terrible problema era demasiado tarde. Ya estaba enfermo. Y la enfermedad de la que hablo, era crónica. Soy consciente del momento en que todo comenzó. No es que haya sido un día puntual, porque, como todo, no sucede cuando recién retiramos la cabeza de la almohada.
Todo esto, digo mi problema, empezó en aquellos meses en los que trabajé en la Óptica "Amaral". Y parece ser decreto que todo aquel que tenga trabajo en una óptica deba llevar anteojos. Y esto es una norma que no contiene diferencias de sexo. Todos llevaban esos lentes. Todos. Los que entraban a consultar, los que iban para comprar con sus recetas, y los que trabajaban conmigo. Todos con esos anteojos provocadores que terminaron por volverme completamente enfermo. Y los que terminaron por llevarme a donde estoy ahora.
Aquella primera persona que en frente mío se paró y sentenció mi destino: Mariela. Una muchacha sencilla, sin grandes aspiraciones y con una vida, que según me relataba, era demasiado aburrida. Ella no impulsó nada, el culpable fui yo. Ella llevaba lentes. Hermosos y perfectos. Combinaban perfectamente con su cara. Eran de un marco delgado. Redonditos. Simplemente bellos.
Mariela nunca cedió ni un solo metro. Siempre me aseguraba que era una chica comprometida, y que no pensaba en nadie más que fuera Daniel, es decir su novio. El era un buen chico. Pero sinceramente, no era de mi agrado.
Recuerdo que por aquellos días me gustaba mucho Mariela. Era muy dulce, pero yo era respetuoso y decente, y no podía sobrepasarme con ella. Yo estaba convencido de que ella desperdiciaba su vida. Era una joven que deseaba trabajar para casarse, irse de luna de miel, volver, tener hijos, que ellos estudien, jubilarse y morir. Ella era inteligente, aunque claro, de algún modo no sabía usar su inteligencia.
Con el tiempo creo que fui enamorándome de ella. La veía demasiado linda, sincera y llevaba lentes. Sin embargo un día ella llegó a la óptica sin sus anteojos. Me dijo que se le habían roto. En ese preciso momento, en el que la vi sin sus anteojos, me pareció notar que estaba más fea. Era como que la falta de anteojos la había arruinado. Pensé en el consuelo que le dan a la persona que lleva vidrios delante de su cara: “Los lentes te quedan bien”. En ella se aplicaba de forma exagerada. Era hermosa con sus anteojos y muy fea sin ellos.
Esto no me asustó demasiado. Creía realmente que, aunque sea en una sola persona, se podía producirse aquel efecto.
Pero la cuestión se tornó aún más compleja. Una mañana estaba trabajando allí en la óptica. Y fue una cliente a buscar sus anteojos nuevos. Tenía sólo diecisiete años y se llamaba Josefina Morales. Recuerdo que entró. No era una linda muchacha realmente. Era petisa y no me llamaba la atención. Pero en un instante mi opinión cambió. Fue en el preciso momento en el que se colocó los anteojos. No sé porque, ni cómo, pero lo cierto es que con sus lentes, me parecía bellísima. Ella se fue obviamente. Yo no le dije nada. No podía hacerlo. Primero porque yo estaba trabajando y segundo porque yo tenía el doble de su edad.
Aquella ocasión me sentí algo confundido. ¿Cómo era posible que una muchacha que no me atraía sin lentes, haya causado terrible movimiento en mí, cuando se puso esos anteojos? Quizá era porque eran realmente muy lindos sus anteojos. Tenían un marco blanco y el cristal cuadrado. Me parecían realmente hermosos.
Estas dos situaciones traté de aislarlas. Habían sucedido porque dos mujeres eran más lindas con anteojos que sin ellos. Simplemente por eso.
Mariela seguía allí trabajando en la óptica conmigo, y sus lentes ya se habían arreglado. Y volvió a parecerme lo que me parecía antes: una muchacha perfecta. Yo nunca le insinué absolutamente nada. Y ella, delimitaba los territorios por donde yo podía moverme. Pero, algo tuvo que ocurrir.
Hubo una cena. Con todos los de la óptica. Yo vi a mucha gente que no conocía: Sofía, Raúl, Carlos y Mariana. Todos ellos trabajaban en otros turnos, por lo que no los había visto. Y todos ellos llevaban anteojos. Mariana tenía un delgadísimo marco y un vidrio redondo (se parecían mucho a los de Mariela) Era realmente hermosa. Sofía en cambio, llevaba lentes de contacto. No me atraía.
Luego de que la cena terminó le dije a Mariela si no quería que la acompañe a su casa. Cuando llegamos a su casa, ella me dijo que Daniel se había ido. Fue en ese momento que nuestra relación giro hacia la ruina. Fue algo realmente bello. Pasamos un lindo momento. Pero, sin embargo, aquella adorable ocasión marcó la ruptura de toda relación con ella.
Pidió que la cambien de turno. Nunca llegué a saber si era que le daba mucha vergüenza volver a verme o si yo la confundía. Lo cierto es que no volví a verla. Hasta luego de un tiempo. Como ella se cambió de turno, alguien tuvo que venir a trabajar conmigo. Esa persona fue Mariana. Ella, como dije, llevaba unos anteojos que se asemejaban bastante a los de Mariela. Pero Mariana, sin embargo, no se parecía en nada a Mariela. Era extrovertida, soltera…y llevaba lentes.
Con ella la pasábamos muy bien. No había ningún tipo de compromiso que nos uniera. Pero ella nunca llegó a comprender porque justos antes de tener sexo, yo le pedía por favor que se pusiera los anteojos. Realmente sin sus anteojos, algo no andaba bien.
Allí fue cuando realmente terminé de descubrir por completo mi problema. La gente era linda cuando llevaba lentes. Las chicas no llegaban a gustarme sin anteojos. No me producían nada sin esos cristales sostenidos por el marco en frente de su rostro.
Cuando me di cuenta no supe a quien acudir. Era vergonzoso contar mi problema, además de que yo no creía que fuera muy común. Mariana terminó por hartarse de mí.
- Estás enfermo, te tenés que hacer ver estúpido.
Sí, tenía razón sin duda. Creo que estaba a tiempo de salvarme. Quizá sí. O no. Quizá ya estaba sentenciado, y llevarme como aclaré, a donde estoy ahora.
El jefe me anticipó la noticia.
- ¿Vos te peleaste con Mariela? No quería venir a trabajar con vos.
- ¿Pero, vuelve o no? – contesté de forma grotesca.
- Sí, pero de verdad que no quería – me repitió.
- No sé porque… – eso dije, pero pensé “Gracias Dios”.
- Bueno. La convencí porque Mariana me dijo que si no la cambiaba, renunciaba. ¿Qué carajo estás haciendo?
Sabía que mi relación con Mariana no podía terminar mejor. La irrite simplemente.
El día que volví a ver a Mariela fue, en pocas palabras, como renacer. Volver a vivir. Sinceramente. Pero ella no me omitía palabra. No me contestaba el saludo. Ni siquiera eso. Optó por ignorarme. Estaba incómoda conmigo. Y estaba hermosa, como nunca.
Fue a la tercera semana de que volvimos a trabajar. Decidí hacerlo. Me estaba por volver loco de verla, y no poder hablarle. No me tomaba en cuenta. Para ella era un palo. Así de simple.
Un sábado robé dos cajas, llenas de anteojos. Fui hasta la casa de Mariela. Y entré a su casa. Sin que ella me viera. La rapté. En su casa. Pero fue un rapto. Ella ya no tenía a su novio, se había peleado con Daniel. Por eso volví a pensar si ella no quería ni siquiera hablar porque era vergonzosa, o porque yo le producía confusión. No lo voy a saber nunca tampoco.
El domingo no trabajábamos. El lunes no fuimos. Y fue aquel maldito 13 de Marzo, en el que el jefe decidió llamar a la policía. Un martes 13. Sí, las energías existen.
Así nos encontraron. Un raptor, y una raptada. El juicio se dio así, y con malos resultados para mí, obviamente. Esto se vuelve aún peor, ya que mi jefe tiene mucho dinero, y le dolió mucho que yo le haya robado dos cajas de anteojos. Lo de Mariela no se si le habrá interesado.
Mariela relataba llorando lo que yo le obligaba a hacer. Ponerse par por par, todos los anteojos de la caja. Y cuando terminaba, volvía a empezar. No le toqué un solo pelo en los días que le cortaba toda su libertad. Fueron daños psicológicos, me explicó el abogado que me puso el Estado.
Su explicación, no me sirvió, ni me sirve. A mí hoy, me han cortado esa libertad, que yo le saqué a Mariela por tres días. La jueza se reía cuando escuchaba el testimonio de Mariela. Cuando ella contaba lo que yo quería que haga. La jueza se llamaba Karina Alegre. Me pareció irrespetuoso reírse de Mariela. Pero cuando fue a leer el veredicto, se puso unos anteojos tan perfectos, que ignoré su falta de respeto.

24 jun 2008

Sobre la tristeza que no conocemos

Lo malo no es estar triste. Es un sentimiento más. Uno de los tantos. Lo feo es no saber porque uno está triste. Cualquiera sea el motivo, es mejor saberlo. Genera hasta una cierta conformidad en uno.
- Estoy triste por X.
Eso da más tranquilidad que preguntarse
- ¿Por qué estoy triste?
O peor aún, estar lo suficientemente triste como para no poder llegar a hacerse esa pregunta. Eso es igual a la ruina. Uno está triste y punto. La cabeza está tan bloqueada que sólo piensa en llorar. Ni siquiera se sabe porque se llora. Pero se llora. Ríos, lagos, mares. Se llora hasta el hartazgo. Sin saber porque. Entonces, no se tiene una respuesta, porque aún no se ha generado la pregunta. El único y bendito remedio es ver a un conocido y que este diga
- ¿Estás triste?, ¿Por qué?Allí se produciría el efecto que se desea. Pero se volvería al estado de estar triste y no saber porque. Que, como he dicho, es el peor estado de todos. Así como todos los caminos conducen a la nada, todos los estados de tristeza conducen a tal tristeza, que uno termina por olvidar aquella situación que a uno lo tiene triste. Puta incertidumbre.

Sobre la felicidad que no conocíamos

La carencia que circulaba por estos lugares iba en aumento. La creciente demanda de felicidad que todavía no podíamos cubrir. Y por el panorama que estábamos viendo desde aquí, no vendría durante un largo tiempo. Es que nadie por aquí podía darnos una clara definición de lo que era la felicidad.
- Es como reír – dijo un simplista.
- No, no. Es un estado del alma en el cual esta se siente completamente satisfecha por las realizaciones que llevamos a cabo en nuestra vida – aportó otro, al que no terminé de comprenderle.
Entonces quedamos debatiendo horas y horas, a ver si alguno de nosotros lograba acercarse al concepto que queríamos definir. Luego de dos horas, algunos se fueron. Ellos se fueron, pero la felicidad no llegaba aún.
- Es que mañana laburo – se excusaban estos que se fueron
Entonces, quedábamos algunos pocos. Esperando y debatiendo. La espera parecía no tener fin. El debate tampoco.
- ¿Si lo dejamos para otro día? – preguntó uno de nosotros.
Ninguno pudo contestar. Quizá ya no queríamos saber de que se trataba aquel concepto. En un momento éramos sólo tres. Sólo tres. Nada más, ni nada menos.
- Me van a disculpar, pero el sueño me está matando – nos mintió el tercero que quedaba.
- Sí, la verdad que yo también, estoy muerto – agregó mi última esperanza de discusión.
¿Cómo era posible que me dejaran solo con semejante problema? ¿Cómo podían, gente que yo apreciaba y compartía, hacerme esto?
Yo por mi parte, no iba a rendirme. Y alguna luz se prendió en mí. Pensé y pensé por algunas horas que aquellos momentos en los que estaba con toda esa gente debatiendo no habían estado mal. Gente que yo conocía y apreciaba. Me convencí de que no habían sido momentos tan desagradables. Es más, habían estado realmente lindos. Y allí sucedió.
- Eureka – dije en el momento en el que mi debate interior concluía.
Aquellos, pequeñísimos momentos en los que estuve con esa, mi gente, habían sido felices. Pero todo volvía a ser tan triste cuando me di cuenta de que la felicidad es tan momentánea y se va tan rápidamente que ni siquiera nos percatamos cuando se haya aquí, junto a nosotros.

4 jun 2008

Tu grito

No dudes en gritarme si es necesario y te hará bien. Pero sólo te pediré una cosa: cuando lo hagas, hazlo lo suficientemente fuerte, para que tu voz no entre por uno de mis oídos para poder irse inmediatamente por el otro. Quiero que tu lamento quede resonando en mi interior y que cada vez que me acuerde de ti (que según mis estadísticas son más de 100 veces por día) piense en aquella vez que tuviste valor para decirme simplemente “Me cago en vos”. Prometo razonar palabra por palabra. Aislaré cada una de ellas y pensaré porque la escogiste.
Tendré que prepararme para aquel día, que llegará, yo sé que llegará, lo presiento. Será tu grito y el de nadie más. Y el de nadie menos. Nadie menos que tú, la persona que significa en, y mi vida. La gente que interesa, la que vale más de esta puta lapicera y este roñoso papel que circula por mis manos. Que pensándolo bien podría cambiarlo, no vaya a pasar que cuando te quiera leer estas palabras idiotas y sin sentido, el papel este tan marrón que ni siquiera sea legible. Porque perder un escrito resultaría demoledor. Pero claro, no más que tu grito, el grito, que llegará. Yo sé que llegará.

Para matarte

Y en la puta tristeza me hallo sumergido
Agujero que no logro tapar
El maldito pensamiento que no puedo aflojar
Que recuerda una y otra vez
Aquella cosa que causa mi desánimo
Aquella pena que retumba
La angustia que no cesa
El sentimiento que me mantiene derribado
Que no deja que me mantenga en pose
Para enfrentarlo, para matarlo
Para que de alguna forma se vaya
Lejos, bien lejos
Si yo no lo llamé
Vino, no tocó la puerta y entró
Se puso enfrente
Y eso, fue suficiente
Para que hoy me envuelva
Para que marchite mis sentidos
Y me haga inmóvil

21 mar 2008

Un suicida que no fue suicida porque no lo dejaron

Cuando el tío dio el anuncio todos le creyeron de inmediato. El era el hombre más honesto de todo el pueblo. Y también era muy depresivo.
- Yo, José Ignacio Pandolfi, aseguro que el próximo día que llueva a la tarde, me voy a suicidar.
Eso fue exactamente lo que dijo el 15 de marzo en su programa de radio: "Gracias vida, pero no". Creo que fui el que menos se amargo en la familia. No porque no me ponía triste saber que mi tío pronto se marcharía, sino porque pensaba que una vez muerto, él sería realmente feliz. Eso no creo poder asegurarlo, pero al menos morirse, era su deseo máximo.
Lo primero que hacíamos en el día ni bien nos levantábamos era mirar el pronóstico del tiempo. Claro, para ver si llovía a la tarde. La más fanática era mi tía, es decir la esposa de José, que iba todos los días, antes de entrar a trabajar, al Servicio Meteorológico Nacional.
Cuando nos enterábamos que no llovía era un alivio. Más para mi familia que para mi. Lo cierto es que no llovió en cuatro meses. A la tarde. Hubo seis noches, contadas, que cayeron gotas. En esas noches, todos se apuraban en llamar a la casa de José para confirmar si se había suicidado o no.
- Si miraras para fuera te darías cuenta de que no estamos en la tarde - así respondía a cada llamado que le hacían cuando llovía de noche.
Ese tiempo el tío estaba enojado con la vida. No era para menos, pronto la iba a dejar. Trataba de pasar la mayor cantidad de tiempo posible con Azul. Su única hija, que tenía ya 17 años. Y era tan o más inteligente que el padre. Había asimilado de una manera tan madura la decisión que había tomado su padre. Sabía que era lo mejor para él.
Sólo hablabla con ella. Conmigo a veces. Sólo cuando yo se lo pedía.
Recuerdo que un día eran cerca de las 6 de la TARDE. Empezó a nublarse de pronto. Nubes para el Sur, Norte, Este y Oeste. Todos, obviamente, pensámos que había llegado el día. Mamá llamó al tío de inmediato.
- Que esté nublado no significa que esté lloviendo - le contestó, cuando ella le preguntó si estaba vivo. Esta pregunta la considera igual de estúpida a la que suele hacer el periodista a la mamá que ha perdido a su hijo (¿Cómo se siente?).
El tío tomába todo con mucha calma. No pensaba en su decisión. Él sabía que cuando lloviése ahí sería llevada a cabo la acción que lo sacaría de su sufrimiento. Sin embargo, no hiso falta que lloviera.
El 13 de julio, ni bien el día empezaba a ser día para todos, iba a su trabajo en su auto. No se sabe aún si fue una imprudencia (el era muy prudente), pero lo cierto es que cuando estacionó su auto, y empezó a caminar para la radio, un auto lo levantó un par de metros del suelo, y cayó con tanta mala suerte, que su cabeza dio en el cordón de la puta calle. Murió cerca del mediodía.
A mí no me contentó para nada. Al contrario, él no quería terminar así.
Al otro día, llovió fuerte en la tarde.

13 mar 2008

"Padre Patrio"


Nunca supe si era porque papá pensaba que Perón era ese tipo que nunca se había equivocado, (ni siquiera en la elección de tercera esposa) ó porque a su padre, mi abuelo, lo había atropellado un auto que manejaba un español. Allí Adolfo, el abuelo, se había topado con la muerte. Pobre viejo.

Lo cierto es que papá odiaba todo aquello que fuera extranjero. “No nacional” afirmaba con dureza. El caso extremo que yo recuerdo es que un mismísimo 24 de diciembre a las 23:53 nos confesó a mí y a mis hermanas que Papá Noel no existía, que era un invento yanqui para generar ganancias. A mi hermana mayor, Lucía, no le había afectado, ya que tenía catorce años, pero nosotros tres (María, Natalia y yo) nos amargamos de una manera terrible. Teníamos nueve, ocho y seis años.

La palabra de Julio Humberto Alegre (mi padre) era siempre fulminante para nosotros. Siempre que terminaba de hablar de algo sembraba un silencio de varios minutos. En casa no era habitual la discusión. No se podía generar. Estaba prohibida Recuerdo que una vez manifestó que para él Martiniano Molina era mejor cocinero que Karlos Arguiñano. Todos afirmamos con la cabeza, aunque ninguno estaba de acuerdo. No tenía ningún tipo de sentido la discusión con Humberto.

Por todo esto es que fue realmente una batalla la única discusión que tuvimos con Humberto. Éramos cinco personas contra una. Tuvo que aceptarlo de una u otra forma que su hijo menor, es decir yo, estaba decidido a irse a España. Me acuerdo que se lo dije en una cena.

- Me voy a España. Gané la beca esa por un año – dije mirando al piso.

- Vos estás loco – me apuntó con el tenedor en la mano y mirándome fijo.

Instantáneamente todos en la mesa me dieron la razón. El alegaba que en España odiaban a los argentinos, que me harían la vida imposible sino me mataban. La exageración era uno de los grandes defectos de Humberto (así lo llamaba yo). Nosotros lo contradijimos de inmediato. Se sintió por primera vez, en mucho tiempo, solo.

Pero mi decisión ya era segura y no quería que una vez más aquel desgraciado me quitara una nueva oportunidad. Ya había rechazado un viaje a Grecia porque él lo había querido.

Hasta allí verdaderamente no hubo problema. Lo más complicado de todo fue la segunda parte de mi decisión. Dije que era beca para tener al menos una posibilidad de empezar. Era un intercambio. Manuel, el gallego de dieciocho años que vivió en casa, tenía que venirse para que yo pudiera ir

- ¿Un gallego acá? Ustedes son unos irrespetuosos.

- Sí, acá – le respondió Sofía, mi madre.

Fueron exactamente cinco horas. Eso tuvimos que atravesar para que yo haya ido a vivir a España un año. Y para que Manuel venga. “La memoria de mi padre se va a manchar con sangre gallega” fue lo más ridículo que le escuché decir a Humberto en mucho tiempo. Pero lo cierto es que tuvo que aceptarlo.

Yo realmente quería irme esta vez. Recuerdo que antes de que me vaya a España le dije a Manuel que leyera algo de Perón porque si no acá no iba a funcionar. Creo que fui algo egoísta al dejar que el gallego venga. Yo sabía a donde lo estaba mandando. Pero ahora que lo veo, no he sido tan injusto con él,

Me fui de Buenos Aires el 15 de agosto a las 16:45. Recuerdo que yendo al aeropuerto Humberto casi entra en una pelea con un tipo que tenía una calcomanía de Ronaldinho en la parte trasera del auto. Le hizo parar el auto y le preguntó porque en vez de esa no llevaba una de Maradona o de algún otro argentino.

Fue algo difícil despedirme de mi familia. De Humberto no tanto. Nunca llegué a consolidar una relación real con él. Había muchas diferencias que, claro, nunca se aclararon. El cine alemán le parecía aburrido, Immanuel Kant un ignorante y decía que Frida Kahlo no le transmitía absolutamente nada. El aburrido, ignorante y el que no transmitía nada era él. O mejor dicho algo si transmitía: enojo. Todo el tiempo.

Llegué a España el 16 de agosto cerca de la mañana. Leticia me fue a buscar al aeropuerto. Leticia era una mujer alta, de ojos verdes y de una figura envidiable para las muchachas jóvenes. Leticia era la mamá de Manuel.

- ¿Tú debes ser Pedro no? – me preguntó aquella mañana.

- Sí – asentí mirando de arriba abajo a aquella mujer. Estaba contemplando su belleza.

Yo me sentía un verdadero afortunado de que ella me hospedara. El padre de Manuel había muerto hace años. Él me lo había aclarado cuando hablamos, para evitarme un mal momento.

En la casa vivía Leticia y Jorgito, el hermano menor de Manuel. Era un chico muy inteligente. Me llevé muy bien con él en el año que viví allá. Juntos leíamos, conversábamos, a pesar de los ocho años que nos separaban.

Con Leticia la relación creo que fue impecable, si cabe un adjetivo de tal magnitud para definirla.

Sus comidas eran increíbles. Cocinaba con una dulzura que no llegué a notar en mi madre. Disfrutaba cada comida que me hacia. Todo el tiempo trataba de hacerme sentir cómodo. Algunas veces más que otras.

La primera vez que llamé a casa me imaginé, por lo que me contaba mi madre, que allí se estaba viviendo una especie de batalla campal. Manuel leyó de un lado y del otro la biografía de Perón. Pero nunca miró una foto suya. Mamá me contó que una de las primeras cosas que dijo fue:

- ¿Y este tío quién es? – mirando un cuadro de Perón que había en el living de casa.

- Mira pendejo…

- Es Juan Domingo Perón, un presidente argentino – llegó a interrumpirlo Lucía, mi hermana mayor.

Después de ese comentario el viejo le habló de Perón a Manuel por cuatro horas.

Yo no me hacía mucho problema. Me agradaban demasiado los españoles. La primera semana allí conocí mucha gente que me resultaba interesante. Leticia me deleitaba con cada comida y Jorgito no molestaba, sino todo lo contrario.

Cada tanto me ponía a pensar en Manuel y en cómo llevaba la vida en Buenos Aires. Pero estos pensamientos no tenían ningún tipo de sentido. A miles de kilómetros nada podía modificar. Lo único que me llegaba a asustar era que me tuviera que cruzar algún día con Manuel.

Me sorprendí mucho cuando, una tarde al llamar a casa Natalia, una de mis hermanas, me haya contestado.

- No Manuel no está, salió con papá.

- ¿Qué? ¿Me estás jodiendo? – pregunté asombrado.

- No, en serio – respondió ella.

No me pregunten cómo ni porqué pero lo cierto es que Manuel empezaba a ganarse la confianza de Humberto y de toda la familia. En especial la de mis hermanas, que lo veían como un juguete. Y lo que nunca se creyó en casa, sucedió. Humberto empezó a reconocer lo extranjero, o lo “No nacional”, como algo no tan malo. El gallego le hizo mirar cada una de las películas de Almodóvar. A papá le gustaban.

A partir de esa tarde me serené. Todo estaba saliendo a la perfección. Yo en España, tranquilo. Y Manuel estaba contento en Argentina.

Fue la tarde del 19 de noviembre cuando comenzó la mejor parte de mi estadía en Valencia. Estaba solo en la casa cuando Leticia llegó. No sé como, pero a partir de ese momento sentí una atracción tan fuerte hacia ella. Y ella la sentía hacia mí. Como Jorgito no estaba presente todo fue perfecto aquella tarde. A causa de mi timidez no contaré con detalles lo que sucedió esa tarde. Ya se lo deben imaginar.

Poco a poco empecé a despreocuparme de Argentina, de Humberto, de Perón, de Mamá y de mis hermanas. Ahora el que llamaba a España era el viejo. Siempre me decía lo contento que estaba con que Manuel viviera allí en casa. Me contaba todo de forma exagerada, como era su costumbre. Me confesaba en lo bajo que le encantaba leer a Coelho y a Edgar Allan Poe y que también le estaba gustando escuchar a Ismael Serrano. Una vez recuerdo que me había dicho que Serrano no era poeta. Esa fue una de las pocas veces que estuve de acuerdo con él. Lo único que le incomodaba era la cercanía que el gallego tenía con María, una de mis hermanas. Eso si que no lo permitiría.

- Un galleguito en la familia – me dijo una vez casi gritando.

A mí sinceramente poco me interesaba lo que me contaba. Por mí se podía caer el mundo ese día si estaba al lado de Leticia. Con el tiempo fuimos haciendo más fuerte nuestra relación. Encima se venía el invierno aquí en España. La época más hermosa para los abrazos.

Se acercaba marzo y realmente lo único preocupante para mí era que faltaba cada día un día menos para irme de España y de Leticia. Siempre tomábamos demasiadas precauciones para que Jorgito no nos viera. Sin embargo recuerdo que una tarde de ese marzo él me dijo.

- Tú estás haciéndote el vivo con mi madre. No te preocupes, a mi me da igual.

Yo me quedé con el corazón paralizado y el alma afuera. No podía entender tanta madurez en un niño de diez años. A partir de ese momento él se volvió en una especie de consejero. Me contaba todo lo que le gustaba hacer a su madre. Detalle por detalle. Me hacía todo más fácil de lo que era. Pero igualmente nunca le dije a Leticia que Jorgito sabía lo que sucedía entre ella y yo. Podría arruinarlo todo. Y no me interesaba.

Sentía cada vez menos ganas de regresar a Argentina y a la casa de Humberto. Aquí estaba demasiado cómodo.

Recuerdo que llegando abril hablé, después de mucho tiempo, con Manuel.

- No quiero irme nunca de aquí – fue lo primero que me dijo cuando hablamos.

- Eh, ¿tan bien lo estás pasando? – le pregunté, sabiendo su respuesta.

Por un momento pensé en contarle lo de Leticia. Pero era jugar con el peligro. Él se lo podría contar a su madre. Fuera de eso me contaba, con cierto respeto, que Humberto era al principio algo duro con él. Más cuando lo veía hablando con María Pero que poco a poco iba cambiando su forma de ser.

- Una vez llegó a decir que Racing era superior al Madrid.

Parece que eso le quedó marcado al gallego. No se por qué. Obviamente, como tantos otros peronistas, Humberto era hincha de Racing. Los domingos yo no estaba en casa. Decidí marcharme, ya que Humberto puteaba todo el santo día contra los árbitros y/o jugadores contrarios. Los de Racing hacían todo bien, a pesar de la interminable sequía que se terminó en el año 2001. Ese día podrán imaginarse lo que fue mi casa. Un mes entero en los almuerzos y cenas se habló de lo mismo. O mejor dicho, el habló de lo mismo. Contaba partido por partido de Racing en ese campeonato.

La llegada de junio fue desastrosa. Leticia se la pasaba llorando. Estaba muy triste porque yo el 19 de junio debía dejar España para volver a Argentina. Ella estaba triste y yo la verdad que también. Creo que más que ella. No quería volver. Era lo último que quería hacer. Pero tenía una convicción: iba a volver.

En Argentina todo marchaba bien. El gallego era una especie de mano derecha de Humberto, según contaba Mamá. El viejo estaba angustiado porque Manuel se tenía que ir. Eso al menos me dijo él cuando hablé por última vez, antes de volver.

- Es una lástima la verdad. Es un pibe divino – me dijo Humberto.

- Nunca pensé que se llevarían bien – le respondí algo enojado, y recordando el martirio que fue convencerlo.

- No, ¿Por qué? – me preguntó el estúpido.

Al viejo lo escuché peor que cuando había muerto Castelo. Ese día fue un luto. Lloraba desconsolado como una novia que pierde a su chico. Una novia llorona.

A las once de la mañana partía mi vuelo. Fue difícil la despedida de Leticia. Y de Jorgito también. Me había encariñado con él. No tanto como con Leticia. A ella le prometí volver, aunque nunca lo hice.

Llegar a casa fue muy deprimente. Volver a ver a Humberto. Aunque lo encontré muy cambiado. El contacto con lo “no nacional” lo había, de algún modo, enderezado. Sinceramente me estaba cayendo mejor que antes. Pero duró sólo unos meses, hasta que la panza de mi hermana María empezó a crecer de a poquito. En enero recibimos a un hermoso galleguito. “Un nieto ilegítimo”, según Humberto, mi querido padre.

3 mar 2008

Marcos López

Marcos López no era un mal hombre. Todo lo contrario. De su cuerpo solo surgía la bondad y de su alma buenas intenciones. Nunca en su vida le pegó a nadie. Solamente dos veces insultó a alguna persona. La primera fue de adolescente, a los 17 años. Siendo un púbber un amigo le lanzó un pelotazo que casi lo tumba, a lo que Marcos le respondió con un fulminante:
- Andáte a la puta que te parió.
Pero después sintió que se había equivocado porque no sabía si la madre del otro adolescente era puta o no. La cosa es que luego le pidió disculpas.
La segunda vez que lo hiso fue a los 44 años. A su hijo menor, el Tomasíto. Este, siendo un infante le reventó sin querer el dedo con un martillo. Marcos entre el dolor y el nerviosísmo le dijo.
- Pendejo hijo de puta.
Después salió corriendo para el hospital.
La cosa es que empecé hablando de que era una buena persona. Y realmente lo era. Nunca había engañado a su mujer. Pero lo cierto es que en las épocas en que la Iglesia expande el amor por el mundo, Marcos y Claudia, su mujer, decidieron separarse. A partir de ese momento se produjo un quiebre en la vida de este buen hombre.
Tener que irse de su casa no le fue fácil. Tenía dos hijos, Tomás y Luciano, a los que amaba profundamente. Y dejar de verlos le rompía el corazón día a día. También amaba a su mujer, claro. Pero la convivencia fue empeorando semana a semana, hasta que ellos decidieron dejar de convivir.
Como ya dije, éste fue el quiebre de la vida de Marcos, o Marquitos como lo seguían llamando los más íntimos, incluído su padre. El día que Marcos fue a buscar sus cosas a su antigua casa sintió un vacío que nunca volvió a llenarse.
A partir de ese momento dudaba absolutamente de todo. De sus actos, de sus palabras, de sus respuestas, de sus amores. Dejó poco a poco de frecuentar a sus hijos y a su ex mujer.
No porque no quería hacerlo, ni porque no tuviera el coraje, sino que pensaba que éstos quizás ya no querían verlo. Eran tantas las dudas que se generaban en su cabeza. Sin embargo, nunca encontró respuestas.
Se sentía únicamente seguro de que la bebida lo salvaría de su nueva mala vida. Tomába día y noche. Su mujer empezó a llamarlo cuando dejó de visitar a los chicos. Le parecía muy raro porque repito: el era una buena persona.
Cada vez que alguien llamába al teléfono Marcos hacía oídos sordos. Se sentía hasta inseguro de contestar. Y más si pensaba que era su ex mujer.
Marcos no veía absolutamente a nadie. Mejor dicho, sí a su almacenero, que empezó a dudar de Marcos a medida que su estado iba decayendo. Poco a poco, se iba hundiendo.
Sin fuerzas ya para nada enfermó. Claro no quería tomar medicamentos. Creía que le podrían hacer mal. No se movía de su cama. Las únicas veces que se levantaba era para ir a servirse alguna copa de ginebra o de vino.
A veces dudaba hasta de levantarse. Pensába que alguien podría haber entrado a la casa.
El último acto que hiso con completa seguridad fue el de subirse a la silla, y colocar su cogote en una soga para después dejárse caer.

1 mar 2008

Sin advertencia

La tristeza hoy está invadiendo estos lugares. Arrasa con todo lo que se le pone en frente. Hasta conmigo. Me ha abatido de una forma demasiado violenta. Lo peor es que no me advirtió que vendría. Aún recuerdo aquellos tiempos en los que aquí todo era alegría. Pero siento que ya no hay lugar en mi cabeza para recordar los tiempos felices, porque del otro lado del espejo, sólo se reflejan la soledad y la angustia.

27 feb 2008

Tiempos dorados

La confianza que gobernó este lugar se ha clausurado. Se ha cambiado por un clima demasiado denso. Las miradas son todas de reojo. Aquí la gente ya no se mira directo a los ojos.
Hoy está todo fuera de sitio. Sólo pude encontrar mi cama. Y la usé un buen rato.
No puede entender como, en tan poco tiempo, se puede transformar un hogar. O mejor dicho, el lugar no ha cambiado, sino la situación.
La anterior parecía un paraíso. Gente entrando, saliendo, ríendo. Buenos gestos. Cada mirada iba acompañada por su respectiva sonrisa. Era todo ideal.
Gente que ni siquiera se tenía la más remota idea de donde provenía aparecía por aquí. Pero todos, todos, eran bien recibidos. Lo único que hacía falta era presentarse.
El paraíso aquel ha quedado en las fotos. El apocalípsis hogareño sucedió.
El techo de la casa se nubló completamente. Empezó a llover de una manera que antes era inimaginable. Las miradas son ligeras, sin sonrisa. Además creo que hasta el número de miradas ha disminuido de manera grotesca.
Y mirando para los cuatros lados, sólo veo nubes. Y cuando no hay nubes, aparece uno de esos desconfiados que hoy habita este lugar.
Creo que será mejor abandonar esta casa. Aquí no todo volverá a ser como fue, en los tiempos dorados de este hogar.
Lo único que deseo es volver a encontrarme con aquella gente, para volver a reír, para volver a mirar a la gente. Para volver a ser felíz.
Pero aquello parece imposible. Todos se han marchado. Me dijeron a donde iban. Pero son demasiados, como para reunirnos todos juntos.
Deseo que el verdadero apocalípsis, tal como lo describía último libro del Nuevo Testamento, arrase con este hogar. Pero no se confundan, no soy cristiano. Sólo quiero verme con los míos.

Un borracho cualquiera

Principalmente porque soy una lacra
porque no tengo plata
y porque mi mujer hoy se marchó

O quizá porque si no veo una botella
mi mente piensa en ella
y mi boca baba chorrea

O tal vez porque si no doy lástima
bronca despierto
y cuando la gente me ve
piensan "esta ta muerto"

Y yo si sigo imaginando un vino
cuando alrededor hay millones de muchachas
que sólo buscan divertirse
pa´que el tiempo no pase lento

26 feb 2008

Felicidad 3

Dejáme que te confiese algo de manera muy suave: tu principal defecto es la estupidez. Claro, esta característica se ve más seguido hoy en día. Pero la tuya camarada, sobrepasa ciertos límites.
El otro día recuerdo que me miraste fijo me confesaste:
- Viva la vida.
Claro, ni vos ni yo estábamos preparados para decirlo. Pero vos, de manera algo soberbia lo exclamaste bien alto. No pude fingir mi desconformidad. Hasta vos, que repito sos bien estúpido, te diste cuenta de mi enojo. No te dí una buena trompada porque no me gusta hacerlo.
Me observaste durante unos minutos, callado, pero no te animabas a preguntar que me pasaba. Claro sucede lo siguiente. Durante todos esos minutos callado, trataste de investigar en tu cabeza marchita la respuesta de mi enojo, que a esa altura creo que había crecido.
Sin embargo, o mejor dicho, obviamente, no la encontraste. Hasta que por fin, gritaste.
- ¿Qué carajo te pasa?
Me quede callado, mirándote, tratando ahora yo, de calcular tu estupidez. Yo callé allí. Pero te juro que no pare de calcular. Y me dió un número demasiado grande.

25 feb 2008

Poema mediocre, de un hombre mediocre a una mujer perfecta.

No tenía un peinado exótico ni un pelo de color artificial.
Era sólo la simpleza de sus pelos, que formaban un peinado tan antiguo como el peine.
No portaba senos admirables. Quizá tampoco poseía nada que pudiera complacer a la vista.
Era sólo su cuerpo, pequeño y perfecto que me sugerían tantas gans de abrazarla como de conocerla.
No mataba el tiempo contando anécdotas ni fanfarroneando.
Era sólo ese puñado de palabras que nos dijimos, que me demostraron que en ella no había maldad, ni la habría nunca.
No hubo un antes y un después, fue sólo un momento. Un momento que no llegue a disfrutar. Un momento que fue protagonizado por la ausencia de mi coraje.
Como otras veces la valentía no asistió a ese momento. Y aquella falta de decisión me hiso recordar aquel horrible sentimiento (llamado arrepentimiento) que nos recuerda una y otra vez que el reloj sólo gira para la derecha.

23 feb 2008

Ellos

La primera vez que se vieron ninguno de los dos sintió verdadera atracción por el otro. Quizá fue porque eran demasiado jóvenes, o porque realmente no se atraían. A los 7 años el sexo opuesto al de uno, suele ser nada más que algo intocable, inalcanzable, algo, que no se llega a imaginar.
Lo contrario sucede en la adolescencia. Allí, cuando las hormonas empiezan a trabajar, todo cambia. Y ese mismo cambio fue el que sintieron Lucía y David, cuando se cruzaron por segunda vez, a los 15 años. Su parentezco tan cercano, hiso que los dos trataran de mirar siempre para el otro lado. Ese segundo encuentro fue solo una anécdota. Para ellos, y para todos sus amigos. Es que tener un primo o prima linda suele ser una tortura para los adolescentes. Pero ellos creían que era un regalo del cielo. Se hablaban, poco, pero se hablaban. Se conocían con la angustiosa realidad, de que pasarían mucho tiempo sin verse.
Sin embargo no fue tanto. Solamente tres años. Ese encuentro fue el que quizá más sintieron. Fue la primera vez que realmente no pudieron dejar de mirarse, de hablarse. Tenían 18 años. Y se estaban enamorando. Los kilómetros que los separaban eran diminutos al lado de su gran obstáculo. Eran primos. Y esa pared no podía ser derribada. Sus familiares los molestaban con chites baratos sobre ellos. Ellos escuchaban. Y lloraban por dentro.
Pasaron cuatro años enteros el uno pensando en el otro. Sin hablarse, ni mirarse. Pero cada uno, construyendo la imagen del otro.
Hasta que un 30 de diciembre volvieron a verse. Fue un abrazo cálido, dulce. Pero ellos sabían que no habría más contacto que aquel. Esa idea era la cruel realidad. Hablaban y hablaban. Se terminaban de conocer, de investigar. El amor desde aquel encuentro fue agigantándose.
Y quizá fue ese amor, que ya era inmenso, el que hiso insignifante su parentezco. Les dejó de importar. Más que primos, eran amigos, y más que amigos, eran novios.
Pasaron tardes y noches enteras de amor. Tardes y noches que aún hoy recuerdan. Que son imposibles de olvidar.
Claro, que a pesar de todo el amor que ambos desparramaron, nunca olvidarán la tarde en que el tío de ella, y el padre de él los vió. Pero decidió callar. Pero como el les dijo.
- No todo es gratis en esta vida.
El precio fue no verse más. Y ellos lo aceptaron, llenos de dolor. Morían en su interior. Pero el exterior a veces lo es todo.
Ellos construyeron como pudieron sus vidas. Sí, con esposas y esposos, con hijos, pero les faltó algo más. El amor que una tarde de enero dejaron tirado para siempre.

16 feb 2008

"Buenas tardes vecina"

María Blanca Díaz Pedrera deja la CARAS en el revistero. Se ha aburrido de leer acerca de Gustavo Cerati y Roberto Pettinato. Se dirige a su jardín delantero y observa que la camioneta de su vecina, Clara Ortíz, ya está estacionada. Son cerca de las siete de la tarde.
Clara, deja su máquina. Acaba de mandarle un mail a su amiga que vive en Madrid. Observa por la ventana que María está regando, y decide hacer lo mismo.
- ¿Cómo estás María? - pregunta Clara.
- Bien ¿y vos? - responde María.
- Yo bien, llegando de las vacaciones - le dice, al mismo tiempo que gira la canilla.
- Ah, es verdad. ¿Cómo les fue? - se sorprende de manera falsa.
- Divino. ¿Ustedes también viajaron no? - contesta y pregunta Clara.
- Si. También hermoso.
Por un momento las dos se quedan en silencio. Cada una riega las plantas con algo de desgano. El teléfono de María suena. Sin embargo, ella lo ignora. Clara advierte esto, pero decide callar.
En un momento las miradas entre ellas parecen ser más tensas.
- Pero, decime María, ¿ustedes viajaron poco no? Porque nosotros nos fuimos, y ustedes estaban, y volvimos y ya habían llegado - Clara le pregunta a María mirándola fijo a los ojos.
- Sí. Viajámos menos que ustedes. Es que Pinamar estaba muy caro. ¿Ustedes fueron a...? - simula olvidarse.
- A Mar de Ajó fuimos - contesta Clara, un poco enojada.
- Ah mirá - le dice María sin mirarla.
- Pero, ¿ustedes tienen parientes ahí en Pinamar, no? - Clara trata de contratacar.
- Sí, el tío de mi marido - confiesa María, algo avergonzada.
- A mí la verdad que eso no me gusta. Nosotros fuimos a un hotel hermoso la verdad - manifiesta Clara, algo orgullosa.
- ¿En Mar de Ajó un hotel hermoso? Que raro - María se sienta al tiempo que dice esto.
Las dos otra vez, dejan de hablarse. El teléfono de María vuelve a sonar. Ella, ahora, va a contestar.
- Escucháme María - trata de llamarla Clara.
- Esperáme que me suena el teléfono - le explica María, de forma algo antipática.
"Que mal educada" piensa Clara. Después de unos minutos María vuelve a regar.
- ¿Me querías decir algo Clara? - pregunta María.
- No - Clara ya no desimula y mira fijo a los ojos a María.
- Ah, pensé que sí - aclara María.
Pasan un rato más en silencio, hasta que Clara vuelve a dirigirse a María.
- No sabés lo que era el hotel...
- ¿A qué lugar habían ido? - grita María.
- A Mar de Ajó querida y a un hotel - Clara le responde a María algo molesta.
- Ah, cierto. Nosotros ahora nos vamos a un hotel, a Mar del Plata - le comenta María y sigue - ¿Ustedes ya no viajan más no?.
- No - responde Clara, casi llorando.
- Ay que pena - confiesa María y continúa - me voy a cocinar, que les vaya bien acá en el centro.
- Bueno, nosotros hoy pedimos comida - exclama Clara.
Las dos cierran la canilla. Se saludan sin quererlo y se van a sus casas, al mismo tiempo que empiezan a pensar en la discución de mañana, cuando la tarde las encuentre otra vez, regando.

11 feb 2008

Princesa de miradas

Una princesa muy frágil ha aparecido. La he visto rondar por los arbustos. Creo tener la sensación de que ella no ha notado ninguna presencia. Todas las miradas se le dirigen, solo a ella. Pero su timidez permite que sus ojos se centren únicamente en el suelo. A un solo hombre miró directamente a los ojos. Aquel afortunado hombre confesó que nunca había sentido tanta calidez en una mirada. También dijo que llegó a marearlo.
Sus labios acompañaban la perfección de todo su cuerpo. Nunca nadie llegó a tocar aquellos labios perfectos. El mismo hombre al cual ella había mirado a los ojos tuvo la posibilidad de hacerlo. Se enteró de ese secreto demasiado tarde. Algunas cosas se desaprovechan.

10 feb 2008

¿Suicidio o asesinato?

El primer nombre que tuvo Bernal fue Popo. Se lo había puesto su primer dueño. La adaptación a un nuevo nombre no debe ser nada fácil para un perro. Pero como a Mario (su primer dueño) lo había matado la bebida, el se buscó otro dueño, porque para un perro es muy triste estar totalmente solo. No puede no tener un dueño. Es su mayor necesidad. Lo cierto es que Mario fue su dueño por solo dos años. No es que sea poco tiempo, pero si en comparación con Norberto, su segundo dueño, que lo cuidó once años.
Mario un día se sentía realmente mal. Un cinco de mayo. Fue como pudo al hospital. Escribo como pudo, porque estaba totalmente borracho. En la puerta del hospital vió a Bernal, como el lo había apodado, por última vez. "No se permiten animales" se leía en la entrada del sanatorio. Sinceramente no se porque, pero Mario saludó aquella vez particularmente a Bernal más que a sus otros perros (tenía cinco). Los cinco perros esperaron y esperaron, casi tres días. Como Mario no salía intuían lo que pasó. Ninguno de ellos pensó que Mario se había ido sin despedirse.
Cada uno de los cinco canes, tomó su propio destino. Sabían que a pesar de tener otro dueño no sería lo mismo. A Mario lo consideraban especial.
Con tres de ellos, realmente no se que sucedió. Al otro perro, que se llamaba Guado, sé que lo mató un Rottweiler. No le dió la mínima chance de vencerlo. Guado era viejo igual.
Bernal, estuvo un año entero buscando dueño, nadie lo quería agarrar, adoptar. Un año entero vagando por la calle, buscando algún amigo.
Hasta que el 29 de febrero, encontró a Norberto. Ese día hacía calor. Mucho, era verano. Cuando lo vió Norberto sintió lo que se siente al enamorarse a primera vista. Obviamente nunca tuvieron relaciones. No se gustaban.
Norberto no quería ningún perro más, con Popo le era suficiente. Y Popo tampoco necesitaba otro compañero. Con Norberto le era suficiente.
Era una relación de amigos. Compartían toda la comida. Absolutamente todo. Norberto no era bebedor, como Mario. Quizá eso a Popo le hacía sentirse más seguro.
Pasaron once años juntos. Sin despegarse.
Norberto creía haber encontrado algo por lo que realmente vivir, aunque la calle no es el lugar para hacerlo. Pero el no podía elegir eso. Era su suerte. O su mala suerte.
Lo que nunca llegó a comprender realmente Norberto es porque a veces la vida es tan injusta. Quizá fue porque no tuvo tiempo pensarlo, ya que las seis puñaladas lo mataron en el acto, o porque tal vez no halla una respuesta para eso.
Popo se quedó quieto, cuando mataban a su dueño; un rato después empezó a ladrarle. Pero no había testigos. Era de noche en Capital, y hacía mucho frío. Norberto tuvo peor suerte; él no pudo despedirse de Popo, como lo había hecho Mario.
Popo se quedó toda la noche juntoa Norberto. Esa fue su verdadera despedida. Se despertó cerca de las seis de la mañana, justo cuando llegaron a buscar el cadáver. Allí ya había mucha gente, y también algunos amigos de Norberto. También habían traído sus perros. Ellos, los perros, parecían estar en luto. Sabían lo doloroso que era perder al dueño.
A eso de las nueve de la mañana, un auto lo levantó por el aire. Todos los perros que estaban presentes, no comprendían si Popo no había visto el auto, o sí tal vez, había decidido no sufrir más.

Rata apestosa

Tus hechos contradijeron a tus palabras. Tus confesiones falsas, que confiado, creí. Tu mirada me parecía sincera, pero detrás de ella estaba tu alma contaminada como un basural.
Cuando ya no te podía ver actuaste, de la misma forma que lo hace un mercenario; y trataste de convencerme. Por un momento, lograste hacerlo.
Y aunque te tuve en frente solo una vez, tengo la seguridad de que tu vida está plagada por hipocresía, falsedad y la mierda más pura.
Hoy me marcho, pero se que al lugar que vaya, no importa cual sea, allí podré tener la valentía de mirar a los ojos a la gente.









Bosta.

5 feb 2008

Doce años

Después de doce años de visitarla, Manuel comenzó a sentir amor por Luciana. Ella, en cambio, lo había amado siempre.
Los dos eran psicólogos y pasaban tardes, meses y años enteros discutiendo. Pocas veces acordaban. Sin embargo, Manuel nunca djaba de visitarla. Alguna que otra tarde, Manuel había cerrado de un portazo la puerta de la casa de Luciana. Se iba realmente enojado. Pero ambos sabían que al otro día el tocaría de nuevo la puerta del 5D (casi la misma que tocaba Mariel, cuando visitaba al capitán).
Quizá fue poruqe trabajaban en el mismo lugar, pero lo cierto era que Manuel nunca miró a Luciana más que como a una colega. O no le atraía o no se daba cuento de aquello.
Los dos eran solteros. Pero no tenían apuro. O, al menos él.
Luciana pasó aquellos doce años ansiosa. Cada tarde que Manuel estaba en su casa, ella esperaba que el la besara. Pero ese beso solo existió en su cabeza. En su imaginación.
Y Manuel no era consciente de lo que Luciana sentía por él. Hasta le contaba de sus mujeres. Y ella, triste, lo escuchaba atenta. Le daba consejos; lo amaba tanto, que no quería, y no podía, callarlo.
A Manuel le parecía raro que ella nunca le hubiese contado nada. Ella era hermosa.
- No, estoy esperando al hombre indicado - respondía siempre Luciana, al mismo tiempo que sabía que ese hombre, lo tenía en frente. Y no se lo decía.
Cuando ese amor que Manuel llegó a sentir por Luciana, empezó a gestarse, él trataba de desmentirse internamente; llegaba a pensar que era por tanta visita, tanta cercanía, tanta compañía. No se ponía de acuerdo consigo mismo. Sólo tenía una certeza: que lo que sucedía, era extraño.
Un año entere soño Manuel con confesarselo: pero ganó (como tantas otras veces) el miedo al rechazo. Ahora el también imaginaba ese beso, que Luciana había anhelado por doce años. Sin embargo, nunca lo intentó.
El 14 de Febrero marcó la suerte de Manuel. Sí, el día de los enamorados.
- Me voy a casar - le dijo ella.
- ¿Con quién?, ¿con Fabricio? - preguntó.
- Sí - sentenció Luciana.
Los ojos de Manuel se llenaron de lágrimas. Ella lo notó y le preguntó porque era.
- De feliciadad por vos - mintió Manuel. A él mismo, y a ella. No recordaba haberle mentido antes. Sólo quizo abrazarla.
Ella sabía que él le mentía, pero el calor del abrazo que estaba sintiendo le permitía solo quedarse en silencio. Y disfrutarlo.
No sabía porque, pero creía que esa, sería la última vez que lo vería.
- Me voy a hablar con Fernández, por la clase de mañana - volvió a mentirle.
Se despidieron con otro abrazo. Para siempre.
El ahora, sabía que el amor había estado a su lado. Pero había estado demasiado ciego.
Era tanto el dolor que sentía, que terminó por vencerlo. Decidió no sentirlo más.
Y el pobre Manuel (lleno de espanto y de dolor) imitó al capitán.

29 ene 2008

They are so cool


La nueva pareja adolescente se dirige con sus mejores ropas al punto más céntrico de la ciudad. Su noviazgo ha empezado hace pocos días. Y lo peor para ellos, es que nadie lo sabe.
Probablemente vayan a alguna heladería, o a algún otro lugar concurrido. Saben bien que allí hay más gente que en cualquier otro lado. Será el lugar simbólico de su presentación social.
Y ellos eligirán el día que más concurrencia halla. Generalmente es un domingo. Ese día nadie hace nada. O mejor dicho, si hacen, van al centro.
Una vez allí, van a simular (o quizá lo hagan realmente ¿quién sabe?) estar completamente enamorados. Uno le va a dar helado en la boca al otro. Así pasarán el tiempo, realizando actos como este.
Ellos tienen un pasado. Es decir tienen parejas, pero que ya son antiguas. Se les llama ex por lo general.
Por eso, se hace imprescindible que se hagan ver. La gente debe saber de la reciente pareja.
El motivo que impulsa a los "tortolos" a ese lugar que por momentos parece llenarse, es que ni siquiera sus amigos se han enterado de tan relevante noticia para la sociedad.
Cuando ya son el centro de todos los comentarios y miradas que en ese lugar se levan a cabo, saben que es hora de retirarse. Objetivo cumplido.
- Se ha formado una pareja - exclamaba hace tiempo y diariamente un conductor con nombre de ganador.

27 ene 2008

Una vida y un corazón

En un instánte se nubla una vida.
Mirando al cielo, se dá cuenta de que hay nubes a todos sus alrededores.
Y sabe que la tormenta se aproxima, porque esa vida siente un dolor que nunca ha sentido antes.
El corazón de esa vida está demasiado golpeado.
Ese mismo corazón presiente que no hay un después.
No puede pensar en el futuro.
No llega a imaginarlo.
No comprende que aquella vida debe seguir.
Pero reflexiona un momento y dice.
- ¿Porqué debe seguir? ¿Por y para quién?
No encuentra ninguna respuesta coherente.
Ninguna sensación positiva.
Toma la desición de matar a esa vida triste y desolada.
Piensa que le ha hecho un favor.
Quizá tiene razón.
¿Quién sabe?

2 ene 2008

Ciclo básico

Bienvenida y risas. Felicidad momentánea. Despedida y tristeza.
Ese parece ser el ciclo básico, cuando uno vive en una ciudad de paso para todo el mundo. Todo se repite, una y otra vez. Solo cambian los personajes. Pero cada personaje, también cumple con el ciclo seguido. Algunos más que otros. Depende hasta cuanto soporte el corazón y el alma.
- Hola ¿Cómo estás amigo? - dice alguno de los dos. Esa generalmente es la primera frase.
- Bueno loco. Suerte. Nos estamos viendo - se despide el amigo. Eso es lo último que se escucha en un largo tiempo.
Luego, se apróxima una especie de invierno, muy frío. Es decir chat, quizá telefono, o (que suele ser la más usada) una serie de mensajes de texto. Todo se congela por estas vías de comunicación.
- Voy el... - un día llega esa imaginada sorpresa.
Bienvenidas y risas. Felicidad momentánea. Despedida y trusteza
El ciclo se repite.
Una y otra vez. Diferencia solo temporal. El espacio siempre es el mismo.
Aquella ciudad de paso.

1 ene 2008

Tu indiferencia

Tu mirada hoy ya no me busca.
Tus palabras no me quieren nombrar.
Tus labios no desean tener el gusto de los míos.
Tus manos no están seguras.
Tu cuerpo se siente frío al lado del mío.
Tu alma no quiere más porque tú se lo has pedido.
Tranquilidad ya no hayas si estás conmigo.
Y sólo quedará eso.
Un recuerdo soplando,
un pasado vivido.
Un tiempo que está léjos.
Y que nunca volverá.