27 feb 2008

Tiempos dorados

La confianza que gobernó este lugar se ha clausurado. Se ha cambiado por un clima demasiado denso. Las miradas son todas de reojo. Aquí la gente ya no se mira directo a los ojos.
Hoy está todo fuera de sitio. Sólo pude encontrar mi cama. Y la usé un buen rato.
No puede entender como, en tan poco tiempo, se puede transformar un hogar. O mejor dicho, el lugar no ha cambiado, sino la situación.
La anterior parecía un paraíso. Gente entrando, saliendo, ríendo. Buenos gestos. Cada mirada iba acompañada por su respectiva sonrisa. Era todo ideal.
Gente que ni siquiera se tenía la más remota idea de donde provenía aparecía por aquí. Pero todos, todos, eran bien recibidos. Lo único que hacía falta era presentarse.
El paraíso aquel ha quedado en las fotos. El apocalípsis hogareño sucedió.
El techo de la casa se nubló completamente. Empezó a llover de una manera que antes era inimaginable. Las miradas son ligeras, sin sonrisa. Además creo que hasta el número de miradas ha disminuido de manera grotesca.
Y mirando para los cuatros lados, sólo veo nubes. Y cuando no hay nubes, aparece uno de esos desconfiados que hoy habita este lugar.
Creo que será mejor abandonar esta casa. Aquí no todo volverá a ser como fue, en los tiempos dorados de este hogar.
Lo único que deseo es volver a encontrarme con aquella gente, para volver a reír, para volver a mirar a la gente. Para volver a ser felíz.
Pero aquello parece imposible. Todos se han marchado. Me dijeron a donde iban. Pero son demasiados, como para reunirnos todos juntos.
Deseo que el verdadero apocalípsis, tal como lo describía último libro del Nuevo Testamento, arrase con este hogar. Pero no se confundan, no soy cristiano. Sólo quiero verme con los míos.

Un borracho cualquiera

Principalmente porque soy una lacra
porque no tengo plata
y porque mi mujer hoy se marchó

O quizá porque si no veo una botella
mi mente piensa en ella
y mi boca baba chorrea

O tal vez porque si no doy lástima
bronca despierto
y cuando la gente me ve
piensan "esta ta muerto"

Y yo si sigo imaginando un vino
cuando alrededor hay millones de muchachas
que sólo buscan divertirse
pa´que el tiempo no pase lento

26 feb 2008

Felicidad 3

Dejáme que te confiese algo de manera muy suave: tu principal defecto es la estupidez. Claro, esta característica se ve más seguido hoy en día. Pero la tuya camarada, sobrepasa ciertos límites.
El otro día recuerdo que me miraste fijo me confesaste:
- Viva la vida.
Claro, ni vos ni yo estábamos preparados para decirlo. Pero vos, de manera algo soberbia lo exclamaste bien alto. No pude fingir mi desconformidad. Hasta vos, que repito sos bien estúpido, te diste cuenta de mi enojo. No te dí una buena trompada porque no me gusta hacerlo.
Me observaste durante unos minutos, callado, pero no te animabas a preguntar que me pasaba. Claro sucede lo siguiente. Durante todos esos minutos callado, trataste de investigar en tu cabeza marchita la respuesta de mi enojo, que a esa altura creo que había crecido.
Sin embargo, o mejor dicho, obviamente, no la encontraste. Hasta que por fin, gritaste.
- ¿Qué carajo te pasa?
Me quede callado, mirándote, tratando ahora yo, de calcular tu estupidez. Yo callé allí. Pero te juro que no pare de calcular. Y me dió un número demasiado grande.

25 feb 2008

Poema mediocre, de un hombre mediocre a una mujer perfecta.

No tenía un peinado exótico ni un pelo de color artificial.
Era sólo la simpleza de sus pelos, que formaban un peinado tan antiguo como el peine.
No portaba senos admirables. Quizá tampoco poseía nada que pudiera complacer a la vista.
Era sólo su cuerpo, pequeño y perfecto que me sugerían tantas gans de abrazarla como de conocerla.
No mataba el tiempo contando anécdotas ni fanfarroneando.
Era sólo ese puñado de palabras que nos dijimos, que me demostraron que en ella no había maldad, ni la habría nunca.
No hubo un antes y un después, fue sólo un momento. Un momento que no llegue a disfrutar. Un momento que fue protagonizado por la ausencia de mi coraje.
Como otras veces la valentía no asistió a ese momento. Y aquella falta de decisión me hiso recordar aquel horrible sentimiento (llamado arrepentimiento) que nos recuerda una y otra vez que el reloj sólo gira para la derecha.

23 feb 2008

Ellos

La primera vez que se vieron ninguno de los dos sintió verdadera atracción por el otro. Quizá fue porque eran demasiado jóvenes, o porque realmente no se atraían. A los 7 años el sexo opuesto al de uno, suele ser nada más que algo intocable, inalcanzable, algo, que no se llega a imaginar.
Lo contrario sucede en la adolescencia. Allí, cuando las hormonas empiezan a trabajar, todo cambia. Y ese mismo cambio fue el que sintieron Lucía y David, cuando se cruzaron por segunda vez, a los 15 años. Su parentezco tan cercano, hiso que los dos trataran de mirar siempre para el otro lado. Ese segundo encuentro fue solo una anécdota. Para ellos, y para todos sus amigos. Es que tener un primo o prima linda suele ser una tortura para los adolescentes. Pero ellos creían que era un regalo del cielo. Se hablaban, poco, pero se hablaban. Se conocían con la angustiosa realidad, de que pasarían mucho tiempo sin verse.
Sin embargo no fue tanto. Solamente tres años. Ese encuentro fue el que quizá más sintieron. Fue la primera vez que realmente no pudieron dejar de mirarse, de hablarse. Tenían 18 años. Y se estaban enamorando. Los kilómetros que los separaban eran diminutos al lado de su gran obstáculo. Eran primos. Y esa pared no podía ser derribada. Sus familiares los molestaban con chites baratos sobre ellos. Ellos escuchaban. Y lloraban por dentro.
Pasaron cuatro años enteros el uno pensando en el otro. Sin hablarse, ni mirarse. Pero cada uno, construyendo la imagen del otro.
Hasta que un 30 de diciembre volvieron a verse. Fue un abrazo cálido, dulce. Pero ellos sabían que no habría más contacto que aquel. Esa idea era la cruel realidad. Hablaban y hablaban. Se terminaban de conocer, de investigar. El amor desde aquel encuentro fue agigantándose.
Y quizá fue ese amor, que ya era inmenso, el que hiso insignifante su parentezco. Les dejó de importar. Más que primos, eran amigos, y más que amigos, eran novios.
Pasaron tardes y noches enteras de amor. Tardes y noches que aún hoy recuerdan. Que son imposibles de olvidar.
Claro, que a pesar de todo el amor que ambos desparramaron, nunca olvidarán la tarde en que el tío de ella, y el padre de él los vió. Pero decidió callar. Pero como el les dijo.
- No todo es gratis en esta vida.
El precio fue no verse más. Y ellos lo aceptaron, llenos de dolor. Morían en su interior. Pero el exterior a veces lo es todo.
Ellos construyeron como pudieron sus vidas. Sí, con esposas y esposos, con hijos, pero les faltó algo más. El amor que una tarde de enero dejaron tirado para siempre.

16 feb 2008

"Buenas tardes vecina"

María Blanca Díaz Pedrera deja la CARAS en el revistero. Se ha aburrido de leer acerca de Gustavo Cerati y Roberto Pettinato. Se dirige a su jardín delantero y observa que la camioneta de su vecina, Clara Ortíz, ya está estacionada. Son cerca de las siete de la tarde.
Clara, deja su máquina. Acaba de mandarle un mail a su amiga que vive en Madrid. Observa por la ventana que María está regando, y decide hacer lo mismo.
- ¿Cómo estás María? - pregunta Clara.
- Bien ¿y vos? - responde María.
- Yo bien, llegando de las vacaciones - le dice, al mismo tiempo que gira la canilla.
- Ah, es verdad. ¿Cómo les fue? - se sorprende de manera falsa.
- Divino. ¿Ustedes también viajaron no? - contesta y pregunta Clara.
- Si. También hermoso.
Por un momento las dos se quedan en silencio. Cada una riega las plantas con algo de desgano. El teléfono de María suena. Sin embargo, ella lo ignora. Clara advierte esto, pero decide callar.
En un momento las miradas entre ellas parecen ser más tensas.
- Pero, decime María, ¿ustedes viajaron poco no? Porque nosotros nos fuimos, y ustedes estaban, y volvimos y ya habían llegado - Clara le pregunta a María mirándola fijo a los ojos.
- Sí. Viajámos menos que ustedes. Es que Pinamar estaba muy caro. ¿Ustedes fueron a...? - simula olvidarse.
- A Mar de Ajó fuimos - contesta Clara, un poco enojada.
- Ah mirá - le dice María sin mirarla.
- Pero, ¿ustedes tienen parientes ahí en Pinamar, no? - Clara trata de contratacar.
- Sí, el tío de mi marido - confiesa María, algo avergonzada.
- A mí la verdad que eso no me gusta. Nosotros fuimos a un hotel hermoso la verdad - manifiesta Clara, algo orgullosa.
- ¿En Mar de Ajó un hotel hermoso? Que raro - María se sienta al tiempo que dice esto.
Las dos otra vez, dejan de hablarse. El teléfono de María vuelve a sonar. Ella, ahora, va a contestar.
- Escucháme María - trata de llamarla Clara.
- Esperáme que me suena el teléfono - le explica María, de forma algo antipática.
"Que mal educada" piensa Clara. Después de unos minutos María vuelve a regar.
- ¿Me querías decir algo Clara? - pregunta María.
- No - Clara ya no desimula y mira fijo a los ojos a María.
- Ah, pensé que sí - aclara María.
Pasan un rato más en silencio, hasta que Clara vuelve a dirigirse a María.
- No sabés lo que era el hotel...
- ¿A qué lugar habían ido? - grita María.
- A Mar de Ajó querida y a un hotel - Clara le responde a María algo molesta.
- Ah, cierto. Nosotros ahora nos vamos a un hotel, a Mar del Plata - le comenta María y sigue - ¿Ustedes ya no viajan más no?.
- No - responde Clara, casi llorando.
- Ay que pena - confiesa María y continúa - me voy a cocinar, que les vaya bien acá en el centro.
- Bueno, nosotros hoy pedimos comida - exclama Clara.
Las dos cierran la canilla. Se saludan sin quererlo y se van a sus casas, al mismo tiempo que empiezan a pensar en la discución de mañana, cuando la tarde las encuentre otra vez, regando.

11 feb 2008

Princesa de miradas

Una princesa muy frágil ha aparecido. La he visto rondar por los arbustos. Creo tener la sensación de que ella no ha notado ninguna presencia. Todas las miradas se le dirigen, solo a ella. Pero su timidez permite que sus ojos se centren únicamente en el suelo. A un solo hombre miró directamente a los ojos. Aquel afortunado hombre confesó que nunca había sentido tanta calidez en una mirada. También dijo que llegó a marearlo.
Sus labios acompañaban la perfección de todo su cuerpo. Nunca nadie llegó a tocar aquellos labios perfectos. El mismo hombre al cual ella había mirado a los ojos tuvo la posibilidad de hacerlo. Se enteró de ese secreto demasiado tarde. Algunas cosas se desaprovechan.

10 feb 2008

¿Suicidio o asesinato?

El primer nombre que tuvo Bernal fue Popo. Se lo había puesto su primer dueño. La adaptación a un nuevo nombre no debe ser nada fácil para un perro. Pero como a Mario (su primer dueño) lo había matado la bebida, el se buscó otro dueño, porque para un perro es muy triste estar totalmente solo. No puede no tener un dueño. Es su mayor necesidad. Lo cierto es que Mario fue su dueño por solo dos años. No es que sea poco tiempo, pero si en comparación con Norberto, su segundo dueño, que lo cuidó once años.
Mario un día se sentía realmente mal. Un cinco de mayo. Fue como pudo al hospital. Escribo como pudo, porque estaba totalmente borracho. En la puerta del hospital vió a Bernal, como el lo había apodado, por última vez. "No se permiten animales" se leía en la entrada del sanatorio. Sinceramente no se porque, pero Mario saludó aquella vez particularmente a Bernal más que a sus otros perros (tenía cinco). Los cinco perros esperaron y esperaron, casi tres días. Como Mario no salía intuían lo que pasó. Ninguno de ellos pensó que Mario se había ido sin despedirse.
Cada uno de los cinco canes, tomó su propio destino. Sabían que a pesar de tener otro dueño no sería lo mismo. A Mario lo consideraban especial.
Con tres de ellos, realmente no se que sucedió. Al otro perro, que se llamaba Guado, sé que lo mató un Rottweiler. No le dió la mínima chance de vencerlo. Guado era viejo igual.
Bernal, estuvo un año entero buscando dueño, nadie lo quería agarrar, adoptar. Un año entero vagando por la calle, buscando algún amigo.
Hasta que el 29 de febrero, encontró a Norberto. Ese día hacía calor. Mucho, era verano. Cuando lo vió Norberto sintió lo que se siente al enamorarse a primera vista. Obviamente nunca tuvieron relaciones. No se gustaban.
Norberto no quería ningún perro más, con Popo le era suficiente. Y Popo tampoco necesitaba otro compañero. Con Norberto le era suficiente.
Era una relación de amigos. Compartían toda la comida. Absolutamente todo. Norberto no era bebedor, como Mario. Quizá eso a Popo le hacía sentirse más seguro.
Pasaron once años juntos. Sin despegarse.
Norberto creía haber encontrado algo por lo que realmente vivir, aunque la calle no es el lugar para hacerlo. Pero el no podía elegir eso. Era su suerte. O su mala suerte.
Lo que nunca llegó a comprender realmente Norberto es porque a veces la vida es tan injusta. Quizá fue porque no tuvo tiempo pensarlo, ya que las seis puñaladas lo mataron en el acto, o porque tal vez no halla una respuesta para eso.
Popo se quedó quieto, cuando mataban a su dueño; un rato después empezó a ladrarle. Pero no había testigos. Era de noche en Capital, y hacía mucho frío. Norberto tuvo peor suerte; él no pudo despedirse de Popo, como lo había hecho Mario.
Popo se quedó toda la noche juntoa Norberto. Esa fue su verdadera despedida. Se despertó cerca de las seis de la mañana, justo cuando llegaron a buscar el cadáver. Allí ya había mucha gente, y también algunos amigos de Norberto. También habían traído sus perros. Ellos, los perros, parecían estar en luto. Sabían lo doloroso que era perder al dueño.
A eso de las nueve de la mañana, un auto lo levantó por el aire. Todos los perros que estaban presentes, no comprendían si Popo no había visto el auto, o sí tal vez, había decidido no sufrir más.

Rata apestosa

Tus hechos contradijeron a tus palabras. Tus confesiones falsas, que confiado, creí. Tu mirada me parecía sincera, pero detrás de ella estaba tu alma contaminada como un basural.
Cuando ya no te podía ver actuaste, de la misma forma que lo hace un mercenario; y trataste de convencerme. Por un momento, lograste hacerlo.
Y aunque te tuve en frente solo una vez, tengo la seguridad de que tu vida está plagada por hipocresía, falsedad y la mierda más pura.
Hoy me marcho, pero se que al lugar que vaya, no importa cual sea, allí podré tener la valentía de mirar a los ojos a la gente.









Bosta.

5 feb 2008

Doce años

Después de doce años de visitarla, Manuel comenzó a sentir amor por Luciana. Ella, en cambio, lo había amado siempre.
Los dos eran psicólogos y pasaban tardes, meses y años enteros discutiendo. Pocas veces acordaban. Sin embargo, Manuel nunca djaba de visitarla. Alguna que otra tarde, Manuel había cerrado de un portazo la puerta de la casa de Luciana. Se iba realmente enojado. Pero ambos sabían que al otro día el tocaría de nuevo la puerta del 5D (casi la misma que tocaba Mariel, cuando visitaba al capitán).
Quizá fue poruqe trabajaban en el mismo lugar, pero lo cierto era que Manuel nunca miró a Luciana más que como a una colega. O no le atraía o no se daba cuento de aquello.
Los dos eran solteros. Pero no tenían apuro. O, al menos él.
Luciana pasó aquellos doce años ansiosa. Cada tarde que Manuel estaba en su casa, ella esperaba que el la besara. Pero ese beso solo existió en su cabeza. En su imaginación.
Y Manuel no era consciente de lo que Luciana sentía por él. Hasta le contaba de sus mujeres. Y ella, triste, lo escuchaba atenta. Le daba consejos; lo amaba tanto, que no quería, y no podía, callarlo.
A Manuel le parecía raro que ella nunca le hubiese contado nada. Ella era hermosa.
- No, estoy esperando al hombre indicado - respondía siempre Luciana, al mismo tiempo que sabía que ese hombre, lo tenía en frente. Y no se lo decía.
Cuando ese amor que Manuel llegó a sentir por Luciana, empezó a gestarse, él trataba de desmentirse internamente; llegaba a pensar que era por tanta visita, tanta cercanía, tanta compañía. No se ponía de acuerdo consigo mismo. Sólo tenía una certeza: que lo que sucedía, era extraño.
Un año entere soño Manuel con confesarselo: pero ganó (como tantas otras veces) el miedo al rechazo. Ahora el también imaginaba ese beso, que Luciana había anhelado por doce años. Sin embargo, nunca lo intentó.
El 14 de Febrero marcó la suerte de Manuel. Sí, el día de los enamorados.
- Me voy a casar - le dijo ella.
- ¿Con quién?, ¿con Fabricio? - preguntó.
- Sí - sentenció Luciana.
Los ojos de Manuel se llenaron de lágrimas. Ella lo notó y le preguntó porque era.
- De feliciadad por vos - mintió Manuel. A él mismo, y a ella. No recordaba haberle mentido antes. Sólo quizo abrazarla.
Ella sabía que él le mentía, pero el calor del abrazo que estaba sintiendo le permitía solo quedarse en silencio. Y disfrutarlo.
No sabía porque, pero creía que esa, sería la última vez que lo vería.
- Me voy a hablar con Fernández, por la clase de mañana - volvió a mentirle.
Se despidieron con otro abrazo. Para siempre.
El ahora, sabía que el amor había estado a su lado. Pero había estado demasiado ciego.
Era tanto el dolor que sentía, que terminó por vencerlo. Decidió no sentirlo más.
Y el pobre Manuel (lleno de espanto y de dolor) imitó al capitán.