12 ago 2008

Obseción Ocular

Cuando me di cuenta de mi terrible problema era demasiado tarde. Ya estaba enfermo. Y la enfermedad de la que hablo, era crónica. Soy consciente del momento en que todo comenzó. No es que haya sido un día puntual, porque, como todo, no sucede cuando recién retiramos la cabeza de la almohada.
Todo esto, digo mi problema, empezó en aquellos meses en los que trabajé en la Óptica "Amaral". Y parece ser decreto que todo aquel que tenga trabajo en una óptica deba llevar anteojos. Y esto es una norma que no contiene diferencias de sexo. Todos llevaban esos lentes. Todos. Los que entraban a consultar, los que iban para comprar con sus recetas, y los que trabajaban conmigo. Todos con esos anteojos provocadores que terminaron por volverme completamente enfermo. Y los que terminaron por llevarme a donde estoy ahora.
Aquella primera persona que en frente mío se paró y sentenció mi destino: Mariela. Una muchacha sencilla, sin grandes aspiraciones y con una vida, que según me relataba, era demasiado aburrida. Ella no impulsó nada, el culpable fui yo. Ella llevaba lentes. Hermosos y perfectos. Combinaban perfectamente con su cara. Eran de un marco delgado. Redonditos. Simplemente bellos.
Mariela nunca cedió ni un solo metro. Siempre me aseguraba que era una chica comprometida, y que no pensaba en nadie más que fuera Daniel, es decir su novio. El era un buen chico. Pero sinceramente, no era de mi agrado.
Recuerdo que por aquellos días me gustaba mucho Mariela. Era muy dulce, pero yo era respetuoso y decente, y no podía sobrepasarme con ella. Yo estaba convencido de que ella desperdiciaba su vida. Era una joven que deseaba trabajar para casarse, irse de luna de miel, volver, tener hijos, que ellos estudien, jubilarse y morir. Ella era inteligente, aunque claro, de algún modo no sabía usar su inteligencia.
Con el tiempo creo que fui enamorándome de ella. La veía demasiado linda, sincera y llevaba lentes. Sin embargo un día ella llegó a la óptica sin sus anteojos. Me dijo que se le habían roto. En ese preciso momento, en el que la vi sin sus anteojos, me pareció notar que estaba más fea. Era como que la falta de anteojos la había arruinado. Pensé en el consuelo que le dan a la persona que lleva vidrios delante de su cara: “Los lentes te quedan bien”. En ella se aplicaba de forma exagerada. Era hermosa con sus anteojos y muy fea sin ellos.
Esto no me asustó demasiado. Creía realmente que, aunque sea en una sola persona, se podía producirse aquel efecto.
Pero la cuestión se tornó aún más compleja. Una mañana estaba trabajando allí en la óptica. Y fue una cliente a buscar sus anteojos nuevos. Tenía sólo diecisiete años y se llamaba Josefina Morales. Recuerdo que entró. No era una linda muchacha realmente. Era petisa y no me llamaba la atención. Pero en un instante mi opinión cambió. Fue en el preciso momento en el que se colocó los anteojos. No sé porque, ni cómo, pero lo cierto es que con sus lentes, me parecía bellísima. Ella se fue obviamente. Yo no le dije nada. No podía hacerlo. Primero porque yo estaba trabajando y segundo porque yo tenía el doble de su edad.
Aquella ocasión me sentí algo confundido. ¿Cómo era posible que una muchacha que no me atraía sin lentes, haya causado terrible movimiento en mí, cuando se puso esos anteojos? Quizá era porque eran realmente muy lindos sus anteojos. Tenían un marco blanco y el cristal cuadrado. Me parecían realmente hermosos.
Estas dos situaciones traté de aislarlas. Habían sucedido porque dos mujeres eran más lindas con anteojos que sin ellos. Simplemente por eso.
Mariela seguía allí trabajando en la óptica conmigo, y sus lentes ya se habían arreglado. Y volvió a parecerme lo que me parecía antes: una muchacha perfecta. Yo nunca le insinué absolutamente nada. Y ella, delimitaba los territorios por donde yo podía moverme. Pero, algo tuvo que ocurrir.
Hubo una cena. Con todos los de la óptica. Yo vi a mucha gente que no conocía: Sofía, Raúl, Carlos y Mariana. Todos ellos trabajaban en otros turnos, por lo que no los había visto. Y todos ellos llevaban anteojos. Mariana tenía un delgadísimo marco y un vidrio redondo (se parecían mucho a los de Mariela) Era realmente hermosa. Sofía en cambio, llevaba lentes de contacto. No me atraía.
Luego de que la cena terminó le dije a Mariela si no quería que la acompañe a su casa. Cuando llegamos a su casa, ella me dijo que Daniel se había ido. Fue en ese momento que nuestra relación giro hacia la ruina. Fue algo realmente bello. Pasamos un lindo momento. Pero, sin embargo, aquella adorable ocasión marcó la ruptura de toda relación con ella.
Pidió que la cambien de turno. Nunca llegué a saber si era que le daba mucha vergüenza volver a verme o si yo la confundía. Lo cierto es que no volví a verla. Hasta luego de un tiempo. Como ella se cambió de turno, alguien tuvo que venir a trabajar conmigo. Esa persona fue Mariana. Ella, como dije, llevaba unos anteojos que se asemejaban bastante a los de Mariela. Pero Mariana, sin embargo, no se parecía en nada a Mariela. Era extrovertida, soltera…y llevaba lentes.
Con ella la pasábamos muy bien. No había ningún tipo de compromiso que nos uniera. Pero ella nunca llegó a comprender porque justos antes de tener sexo, yo le pedía por favor que se pusiera los anteojos. Realmente sin sus anteojos, algo no andaba bien.
Allí fue cuando realmente terminé de descubrir por completo mi problema. La gente era linda cuando llevaba lentes. Las chicas no llegaban a gustarme sin anteojos. No me producían nada sin esos cristales sostenidos por el marco en frente de su rostro.
Cuando me di cuenta no supe a quien acudir. Era vergonzoso contar mi problema, además de que yo no creía que fuera muy común. Mariana terminó por hartarse de mí.
- Estás enfermo, te tenés que hacer ver estúpido.
Sí, tenía razón sin duda. Creo que estaba a tiempo de salvarme. Quizá sí. O no. Quizá ya estaba sentenciado, y llevarme como aclaré, a donde estoy ahora.
El jefe me anticipó la noticia.
- ¿Vos te peleaste con Mariela? No quería venir a trabajar con vos.
- ¿Pero, vuelve o no? – contesté de forma grotesca.
- Sí, pero de verdad que no quería – me repitió.
- No sé porque… – eso dije, pero pensé “Gracias Dios”.
- Bueno. La convencí porque Mariana me dijo que si no la cambiaba, renunciaba. ¿Qué carajo estás haciendo?
Sabía que mi relación con Mariana no podía terminar mejor. La irrite simplemente.
El día que volví a ver a Mariela fue, en pocas palabras, como renacer. Volver a vivir. Sinceramente. Pero ella no me omitía palabra. No me contestaba el saludo. Ni siquiera eso. Optó por ignorarme. Estaba incómoda conmigo. Y estaba hermosa, como nunca.
Fue a la tercera semana de que volvimos a trabajar. Decidí hacerlo. Me estaba por volver loco de verla, y no poder hablarle. No me tomaba en cuenta. Para ella era un palo. Así de simple.
Un sábado robé dos cajas, llenas de anteojos. Fui hasta la casa de Mariela. Y entré a su casa. Sin que ella me viera. La rapté. En su casa. Pero fue un rapto. Ella ya no tenía a su novio, se había peleado con Daniel. Por eso volví a pensar si ella no quería ni siquiera hablar porque era vergonzosa, o porque yo le producía confusión. No lo voy a saber nunca tampoco.
El domingo no trabajábamos. El lunes no fuimos. Y fue aquel maldito 13 de Marzo, en el que el jefe decidió llamar a la policía. Un martes 13. Sí, las energías existen.
Así nos encontraron. Un raptor, y una raptada. El juicio se dio así, y con malos resultados para mí, obviamente. Esto se vuelve aún peor, ya que mi jefe tiene mucho dinero, y le dolió mucho que yo le haya robado dos cajas de anteojos. Lo de Mariela no se si le habrá interesado.
Mariela relataba llorando lo que yo le obligaba a hacer. Ponerse par por par, todos los anteojos de la caja. Y cuando terminaba, volvía a empezar. No le toqué un solo pelo en los días que le cortaba toda su libertad. Fueron daños psicológicos, me explicó el abogado que me puso el Estado.
Su explicación, no me sirvió, ni me sirve. A mí hoy, me han cortado esa libertad, que yo le saqué a Mariela por tres días. La jueza se reía cuando escuchaba el testimonio de Mariela. Cuando ella contaba lo que yo quería que haga. La jueza se llamaba Karina Alegre. Me pareció irrespetuoso reírse de Mariela. Pero cuando fue a leer el veredicto, se puso unos anteojos tan perfectos, que ignoré su falta de respeto.

1 comentario:

C.E dijo...

¿Especie de "Diablillo de la perversidad" o "Corazón delator" del mundo del trabajo en ópticas?. Raro, y yo que soy hija de un óptico, imagino qué habría pasado si alguno de los empleados que laburaban con mi viejo hubieran tenido fetiche con los anteojos.

Saludos